Ni era la primera vez que iban a aquella casa abandonada, ni acercarse a ella fue el único riesgo que asumieron ese día. Breogán y sus dos amigos habían tentado a la suerte dos veces más esa tarde y a la tercera llegó el desastre. El pequeño, magullado en un brazo y una pierna, evoluciona favorablemente en la planta del hospital materno infantil del CHUO, donde espera recibir la visita de sus compañeros de clase para contarles su aventura del fin de semana en la casa del abuelo.

Breogán es uno de los dos niños que el sábado por la tarde quedaron atrapados por un derrumbe en una casa en ruinas en el pueblo de Regolevado, en Armental de A Peroxa. Su amigo, con varias costillas rotas y una lesión pulmonar, está en la UCI del Hospital Clínico de Compostela, donde permanece estable pero todavía delicado.

Breogán pregunta por él todo el tiempo y resta importancia a sus lesiones, que apenas se ven pero duelen y le impiden, de momento, tenerse en pie. Sus padres, Manuel López y Julia López, se han ido enterando a cuentagotas de lo que ocurrió la tarde del sábado cuando su hijo y otros dos amigos jugaban libremente por el pueblo. "Allí nos despreocupamos mucho más que cuando están en la ciudad, y mira lo que fue a pasar", apunta la madre.

A la casa de Regolevado llegaron los tres chavales "por aburrimiento". Hacía 15 minutos que habían estado en la casa de Breogán pero volvieron a salir. "No estábamos jugando a nada, nos aburríamos, fuimos allí y subimos al primer piso por unas escaleras que hay por fuera, vimos que dentro había una cama pero cuando quisimos pasar se nos cayó el suelo y bajamos". Este susto no les puso en alerta, sino todo lo contrario. "Fuimos por abajo y empujamos la puerta pero empezó a salir mucho polvo y cuando quisimos dar la vuelta se nos cayó todo encima", cuenta Breogán. Entonces llamaron al tercer amigo que se había quedado fuera y este, al ver lo que había pasado "se fue corriendo y gritando por todo el pueblo".

"Cuando yo llegué ya estaba el otro padre allí", continúa Manuel. "A mí me llegaron gritos de que estaban atrapados por unas piedras pero pensé que se les habría caído un muro o algo así. Al verlos allí, encajados contra la pared, pensé que estaban reventados por dentro. Decían que no sentían las piernas y nos temimos lo peor pero se las pellizcamos y reaccionaron. Fue un alivio. Solo queríamos quitar las piedras y sacarlos pero algunos decían que era peligroso, que esperásemos a los bomberos porque podía venírsenos todo encima. Pudo pasar pero no podíamos esperar, eran nuestros hijos".

Lo que se les vino encima a los niños fue el perpiaño de la puerta principal. Por suerte, se clavó por una punta en el suelo y después se tumbó hacia donde estaban ellos. "Nos aplastó de pie contra la pared, yo podía mover una pierna y un brazo pero la otra mano la tenía aplastada entre la espalda de mi amigo y la pared. Él se quejaba mucho por el dolor y empezó a vomitar pero yo no noté nada en ese momento". Permanecieron solos en ese estado durante "unos diez minutos" en los que su amigo "gritaba que se iba a morir pero yo me quedé callado". Su relato lo interrumpe la noticia del suceso en la tele de la habitación: "¡Abuelo!", grita contento al ver a Odilo López contando lloroso ante las cámaras el miedo que pasó.