La parroquia estradense de Aguións ya tiene vecina centenaria. Se llama Carmen Camino Gómez y ayer cumplió 100 años. Vecina del paraje denominado A Figueira, en el lugar de Aldea Grande, se encuentra bien de salud. Es cierto que ha perdido oído pero tiene una piel corporal envidiable que se resiste a las arrugas y una vista privilegiada que hasta hace apenas un año le permitía coser sin gafas. El grado de detalle con el que recuerda anécdotas acaecidas hace numerosos años asombra a propios y extraños.

Ayer, después de que sus vecinos la sorprendiesen regalándole flores y bombones, daba buena muestra de ello. También su nieta María Carmen y su marido Jesús Conde o su hijo Jesús y su nuera Maruja Barreiro se desplazaron hasta la casa donde Carmen Camino disfruta a diario del amor y la conversación de su hijo José, su nieto de igual nombre, su nieta política Sonia Cascallar y sus bisnietos Nerea y Mauro. Tras soplar las velas de su tarta centenaria, Carmen Camino no pudo ayer evitar emocionarse al hacer balance de su siglo de vida.

"Tuve una vida regular", explicaba a FARO, disponiéndose acto seguido a recordar por qué. Entonces, las lágrimas de emoción se asomaban a sus ojos. "Enviudé a los 36 años y me quedé con dos niños pequeños. José tenía 9 años y Jesús, solo 7", relataba.

Natural de Igrexa, en Toedo, era la mayor de las 5 hijas de una familia de labradores que, además, tenía dos hijos varones. Trabajaban las numerosas tierras de la familia que a su padre -emigrado a Argentina- le gustaba comprar. Además de ayudar en casa, Carmen fue a aprender a coser. Así, se hizo modista y se ganaba la vida cosiendo por las casas de las familias con mayor fortuna económica.

Se casó con Ramiro Iglesias, natural de Barbude pero vecino luego de Aguións.En estos primeros años, Carmen siguió cosiendo. "En casa de Campos y de Maruja de Otero", recordaba ayer. Pero al enviudar tuvo que dejar su profesión y dedicarse a trabajar las tierras para sacar a sus dos hijos adelante. Fueron años duros. Cuando iba a comprar "aceite y gas", explicaba,"veía a los matrimonios" y ella, "solita", se escondía y se "hartaba de llorar". Fue, sin duda, una de las grandes penas de su vida al igual que la pérdida de su nuera Mariluz, que falleció demasiado pronto y con la que acostumbraba a jugar a las cartas. A la brisca, el único juego de naipes que Carmen conoce y al que aun le gusta jugar.

Pero esos sinsabores se han visto endulzados por la satisfacción de tener unos hijos, unos nietos y unos bisnietos "buenísimos, mejor imposible". A los ya citados con anterioridad, cabe añadir a su nieta María Jesús Iglesias y a sus bisnietas Rita y Lucía.

Con todos ellos, le gusta a Carmen conversar, pasear y jugar a las cartas. Su buena salud -nunca ha necesitado medicamentos- le permite vivir plácidamente, sin dolor. Se levanta tarde y después de que su hijo la bañe, desayuna una taza de cereales y leche de las vacas de su nieto José. Tras reposar y pasear un poco, come "de todo" e incluso toma un pequeño vasito de vino. En invierno, le sigue gustando tomar café. "Para entrar en calor", explica. Incluso, si se tercia, se toma un chupito de licor café.

La tele le molesta. Prefiere conversar. "Cuando arranca", relata con humor su familia, tiene conversación para rato. Hasta hace muy poco, seguía conservando su afición por coser. Nunca dejó de lado la máquina. Le gustaba "customizar" la ropa y así, por ejemplo, adoraba hacerle faldas a su nieta María cuando era una niña. El año pasado aun le subió la bastilla a un pantalón de su hijo. Perfectamente. Con ambos bajos "derechitos". Es, para ella, el mejor modo de pasar el rato y seguir cumpliendo primaveras. Eso sí, rezando a diario. Le da gracias y le pide a Dios y a la Virgen por ella y por la salud y las necesidades de todos los suyos.