-El pasado agosto puso fin a su carrera como director del colegio Nuestra Señora de Lourdes. ¿Ya lo echa de menos?

-Hombre, hay que tener en cuenta que es una tarea muy larga desde finales del 69. Me dedicaba ya antes a la enseñanza de manera no oficial. pero fue en ese año cuando nos llegó el reconocimiento oficial del colegio. Desde entonces pasaron un montón de cosas. Es toda una vida. Son 42 o 43 años en los que pasaron miles de personas por estas aulas. Algunos de nuestros exalumnos hoy incluso son profesores en el centro. Otros son médicos, ingenieros, carpinteros, ebanistas...

-Habla usted con orgullo de sus exalumnos y del trabajo del centro.

-Por supuesto. Orgullo entendido como satisfacción. Está claro que hubo cosas que también se hicieron mal pero siempre sin ser conscientes. Estoy orgulloso de haber creído en unas ideas y en un planteamiento pedagógico. La permanencia en el tiempo está ahí, para bien o para mal. Yo espero que para bien. Por todo ello me siento muy orgulloso.

-¿Cómo fueron los comienzos del colegio?

-Yo conocí los comienzos de pizarra y pizarrín, aunque no muchos años. No de los tinteros. Eso era de cuando yo estudiaba. Luego llegaron las libretas. El primer curso que di clase recuerdo que había unas enciclopedias, de grado elemental, medio y superior. Eran tres libros en los que se contenía todo lo que tenías que enseñar. Más tarde ya llegaron los libros por unidades didácticas y después todo este boom de los libros de texto. Está claro que no tienen parecido con los de antes, ni siquiera en la impresión. También llegó el boom de las nuevas tecnologías, que es un gran complemento para la enseñanza. Ahora todos los niños pueden conectarse a internet en el colegio, mediante ordenadores o pizarras digitales. Esa es una ayuda para el profesor tremenda. Al mismo tiempo exige una preparación de las clases diferente a la de antes. Hubo que irse adaptando. Posiblemente en estos cuarenta años hubo muchos más cambios que en los cien anteriores debido a los recursos que hay en las aulas.

-El centro también tuvo que adaptarse, cambiando de sitio según las necesidades.

-Sí, al principio el centro estaba donde está actualmente el edificio de Cáritas. Después nos trasladamos al Crucero 18. Allí ya tuvimos bastantes aulas. Disponíamos de gran parte de un edificio de dos plantas. Tres años más tarde ya inauguramos en Cruceiro 32, con un edificio construido específicamente para el colegio. A pesar de eso hubo que hacer modificaciones y ampliaciones hasta donde pudo dar el terreno que había. Hace doce años inauguramos el colegio en Santa Baia, Matalobos, que es donde están habitualmente los niños de Secundaria y donde vienen los niños de Primaria porque aquí tenemos las instalaciones deportivas desde hace 31 años. La construcción del edificio dio también mucho juego, porque creo nuevos espacios.

-En cuanto a alumnos también tuvieron que ir creciendo poco a poco.

-Claro, empezamos con siete u ocho alumnos. Después fue creciendo la cosa, al tiempo que nos adaptábamos al espacio que teníamos. Hoy llegamos a cerca de 300 alumnos, con 25 profesores. También tenemos cinco personas entre personal de cocina, limpieza y mantenimiento. En total son treinta personas, mientras que cuando empecé solo estaba yo. Es también un motivo de satisfacción el haber dejado la dirección -me jubilo como titular de la empresa y como director pedagógico- a mi hija. Ella es ahora la que dirige el centro.

-¿Se imaginaba llegar a convertir el colegio de Lourdes en lo que es ahora?

-No, ni en mis sueños. La vida me sonrió. Nunca me pude imaginar ni pude soñar lo que me iba a suceder después. Esperemos que la vida siga sorprendiéndome para bien. Hoy tenemos departamento de orientación, aulas donde cada niño tiene ordenador para hacer sus trabajos, wifi en los dos edificios... Soy afortunado en los progresos y en los amigos que tengo, como los que me reuní el pasado miércoles u otros que no pudieron venir. Me siento encantado. Te quedan un montón de amigos. La dimensión de nuestro colegio es también muy agradecida. Aquí siempre tuvimos un trato muy personal. Conoces a todos los niños y padres. En otros colegios muy buenos, que lo son, ves que a lo mejor los niños no conocen al director o al jefe de estudios. Siempre compensa el trato humano y el conocer a todos los niños y padres. En cualquier caso, mi mayor satisfacción fue escoger la profesión que más me gustaba. En ella cumplí mis años de trabajo hasta que la cuestión de la ley y la edad me ponen fuera del carro. Admito que hace falta sangre nueva para dar una nueva orientación. Seguiré ayudando en lo que pueda con mi nuevo tiempo libre.