-¿Cómo es el día a día de alguien dedicado a los espectáculos de magia y humor?
-Yo soy muy desorganizado, no me rijo por agendas cerradas ni horarios intocables. Paso mucho tiempo en el almacén con los productos de carpintería que creo. De pequeño soñaba con ser inventor y elaborar mis propios juguetes. Ahora construyo y fabrico inventos para generar efectos de magia. Quiero que esa magia salga de mí y pase por mis propias manos. Ese taller funciona como un laboratorio de ideas donde me encierro, pienso, pruebo, ensayo y hago lo que surge. La imaginación se entrena a través de la actividad. También observo lo que pasa a mi alrededor, ya que la magia puede existir en cualquier sitio.
-¿Siente que esta profesión está correctamente valorada?
-Por regla general no es así. La gente no presencia ni puede conocer todo el trabajo previo a una función. Es algo que tengo asumido y ocurre en todos los órdenes de la vida. Es imposible verlo todo, pero hay mucho tiempo y mucha ilusión detrás de un proyecto. El público no tiene por qué saber que has pasado muchas jornadas comenzando a ensayar a las ocho de la mañana y marchándote a descansar tal vez a la una de la madrugada.
-Su nombre y su primer apellido son muy comunes, y muchos de sus compañeros utilizan apodos para diferenciarse. ¿Alguna vez se ha propuesto utilizar otro nombre en el ámbito profesional?
-Me lo propongo continuamente y me lo sugieren muchas personas, pero renuncio a esa idea. Al fin y al cabo, mi nombre soy yo, y cambio cuando me pongo la ropa de un personaje, así que dejo los apodos para las representaciones.
-¿Qué aprendió durante su experiencia en Estados Unidos?
-Pasé dos años en ese lugar y aprendí a gestionar mejor la comunicación no verbal debido a las dificultades del idioma. Tenía que buscar lenguajes universales y utilizar aspectos primarios que nos relacionan a todos.
