Partió cinco días antes desde la plaza de Ravella y finalizó ayer, en el mismo lugar. La Volta a Galicia pasó casi tan fugazmente como los corredores participantes, esos que conforman la siempre atractiva serpiente multicolor que representa a todo pelotón que se precie.

Para aplaudirlos, animarlos y recibirlos los vilagarcianos, y muchos aficionados llegados de otros puntos de O Salnés y de Galicia se acercaron hasta Ravella a lo largo de la mañana, primero para ver el paso de los corredores por contrameta y después para asistir al sprint final.

Los espectadores disfrutaron de una soleada mañana y del espíritu competitivo de esta Volta a Galicia, que lógicamente ya no es lo que era y no permite deleitarse con el pedaleo de figuras como Contador, Samuel o Valverde, pero que sigue encerrando ese atractivo innato de un deporte sacrificado, a la vez que maltratado.

Niños y mayores se implicaron también en el espectáculo paralelo que se monta en torno a la caravana de la prueba, recibieron obsequios, se sacaron fotos al lado de los corredores y animaron a los suyos, sobre todo a muchos jóvenes ciclistas que, a buen seguro, algún día tendrán la oportunidad de disputar una de las tres grandes: Tour, Giro o Vuelta.