Nicolás Sarkozy es un personaje hiperactivo y en sus meses de mandato como presidente lo ha demostrado con creces, dentro y fuera de su país. No desaprovecha una foto y cada una de sus imágenes tiene impacto mundial. Le hemos visto en Chad liberando azafatas y en Afganistán visitando a sus tropas por sorpresa. Después de conseguir la liberación de las enfermeras búlgaras, tras ocho años de cautiverio en Libia, tardó 24 horas en viajar al país para estrechar la mano de Gadafi y firmar un puñado de suculentos acuerdos.

Igual que en su vida pública, en su vida privada ha decidido pisar el acelerador. Conoce muy bien cómo circula la información en este mundo global y sabe que la mejor forma de amortiguar un rumor es difundir la noticia al planeta. Y si con la propagación de lo privado se tapa algún asuntillo público, mucho mejor. Por eso decidió comunicar oficialmente su divorcio de Cecilia en medio de una impresionante huelga contra su gobierno y los medios tuvieron que hacer filigranas para determinar cuál de los dos asuntos merecía un mayor protagonismo, qué titular iba a vender más periódicos.

Ahora el mundo está pendiente de su relación con la modelo Carla Bruni. Primero se la llevó a Eurodisney, y como el lugar escogido pareció cutre a la opinión pública, su segundo viaje de amor discurre a orillas del Nilo. No hay color. Da un poco de envidia contemplar el desparpajo de Sarkozy para gestionar su vida privada desde un país en el que tenemos que inventar eufemismos para explicar la separación de una infanta. Pero no todo es perfecto, porque este hombre tan liberal es el mismo que hace unos meses contuvo la explosión de su matrimonio por si aquello le podía costar un puñado de votos y convertir en frustrante pesadilla su sueño presidencial.

En fin, este prestidigitador es un tipo con suerte. Ha viajado a Egipto en un jet privado prestado por el millonario Vincent Balloré -el mismo que le dejó su yate tras la campaña electoral-, un empresario con intereses en cadenas de televisión y prensa, y nadie le recusa ni pide una comisión de investigación para hurgar en el posible conflicto de intereses. Y por si fuera esto poco, el Vaticano, tan estricto con los deslices de otros, le ha nombrado ahora canónigo de honor de la basílica de San Juan de Letrán. Está claro que el canónigo Sarkozy tiene bula.