Así que, sin que nadie acierte a proporcionarle al público una explicación aceptable, es cada vez más frecuente la aparición, en bastantes ocasiones simultánea, de datos contradictorios acerca de asuntos del vivir cotidiano. Y así ocurre que los ciudadanos acaben creyendo que o viven en mundo diferente al de los que manejan las cifras o que estos, sencillamente, los engañan. Porque no es posible, aunque los especialistas traten de hacerlo viable, creer al mismo tiempo que la Economía marcha como la seda y que ser un mileurista se haya vuelto casi un privilegio.

Los citados expertos suelen esmerarse para que la gente del común acepte lo que en principio le parece la cuadratura del círculo: la explicación de que una cosa es la microeconomía, la diaria pelea de los ciudadanos/as para ganarse la vida, y otra distinta es la macro. Que se rige por otras reglas, pero que condiciona lo que muchos llaman "vida ordinaria" y que, en todo caso, ha de ir bien para que cuadre la micro. Y el que más o el que menos se resigna y espera a que lleguen tiempos mejores, incluso en caso de que los plazos para ese advenimiento no se fijen.

Hay algunos, siempre más audaces, en ese segmento de especialistas que ante las dudas tiran por la calle de en medio y recuerdan que los malos tiempos llegan enseguida, pero tardan mucho en pasar, y que además la salida de las crisis suele tener fases más o menos dilatadas y deja detrás gran cantidad de "víctimas". Pero de inmediato añaden que ese es el precio que hay que pagar para "seguir avanzando", aunque no suelen especificar hacia dónde, como tampoco quiénes son los pocos escogidos que lo logran entre tantos llamados a intentarlo.

Este argumento, que a pesar de su cinismo resulta más digerible para las mentes sencillas que el farragoso de las micro y las macro economías y su interrelación -y además siempre hay a mano algún ejemplo de quien sale de las crisis mejor de lo que entró- puede actuar en cierto modo como bálsamo y funcionar durante algún tiempo. Y así acostumbrar a los que padecen los daños hasta un punto en el que sufrir resulta casi natural; en ese momento, por duro que parezca, las sociedades en general se consuelan con la reflexión de que "pudo ser peor".

En este punto es probable que se obtenga a modo de conclusión que quien tales cosas opina es un pesimista empedernido, probablemente empeñado en demostrar que pocas cosas son peores que el sistema en el que vive. Y no es eso: se trata solo de intentar que pueda entenderse el dato, verbigratia, de que aquí muchos acepten sin más que cada vez se vive mejor y hacerlo compatible con que casi 128.000 trabajadores gallegos estén en riesgo de pobreza, y, de ellos, un veinte por ciento son licenciados, FARO dixit. Pues no parece que haya mucho más que añadir.

¿Eh...?