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Ceferino de Blas.

Evocando Salalah

Al buen viajero le gusta encontrar lo que desconoce

De paso por Dubái, frente al Hotel Burj al Arab, conocido como La Vela, por su diseño o por sus siete estrellas, por el lujo, donde tomar un café cuesta 75 dólares, una viajera italiana comentó que había celebrado allí un aniversario de bodas. Tenía mayordomo las 24 horas y llegó a pagar por una copa de champán 500 dólares.

El suyo fue un viaje de capricho -también hay caprichos asequibles-, porque existen muchas formas de viajar. Caras y baratas, con uno o varios objetivos, organizados hasta el milímetro o al albur.

Como los nuevos exploradores que imitan a los aventureros del XIX, que buscaban las fuentes del Nilo, o como se resume ahora, por negocios o turismo.

Existe una gama tan amplia como gustos de cada persona.

Se viaja por conocer países, ciudades o parajes. Por preferencias, vocablo que suena y define mejor lo que se llama temático -arte, botánica, deporte, salud...-, destinos que cuentan cada vez con más demandantes.

El género literario de viajes, de gran tradición, desde los libros clásicos a las guías turísticas, recopila el vasto universo viajero.

Entre las predilecciones está el gusto por lo literario.

Por los escenarios de grandes obras o donde nacieron, habitaron o reposan escritores universales.

En los viajes siempre reviste un especial atractivo lo que sorprende. Los encuentros inesperados, al margen de las grandes ciudades y de los lugares de turismo masivo, pueden resultar tan sugestivos como los motivos ya conocidos, de cuya existencia se sabe por estar inventariados.

Aunque la principal causa de los viajes es conocer lo que ya es famoso y busca todo el mundo, al buen viajero le gusta encontrar lo que desconoce. Al modo de los viejos exploradores.

Por ejemplo, para los entusiastas de Stendhal, hallar en una plaza de Civitavecchia, el puerto de Roma, la gran placa que recuerda que amó intensamente Italia, fuente de su inspiración profunda, es un gozo.

Stendhal fue cónsul de Francia en la ciudad.

O tropezar en el pequeño parque principal de Castries, en la isla caribeña de Santa Lucía, la escultura de Hon Derek Alton Walkott , premio Nobel de Literatura en 1992.

Una placa recuerda los versos del poema que Walkott dedicó a Santa Lucía , donde nació y a la que se sintió profundamente ligado, pese a su nacionalidad británica.

De Nobel a Nobel. La llegada a Cartagena de Indias es el encuentro con la casa de Garcia Márquez. La sorpresa la cuentan con discreción las gentes de la ciudad colonial. El autor de Cien años de soledad, habitó muy poco esta hermosa vivienda, a pesar de la fama de que era su habitual residencia.

Si existe un lugar literario es Salalah, en Omán, patria de Simbad el Marino, tierra de mercaderes que llegan a comerciar a Oriente para llevarse el incienso que exudan los árboles del lugar. El verdoso, de las montañas, es el más preciado.

El paso de las caravanas es un recuerdo, pero todavía resuena.

Cunqueiro - Si o vello Sinbad volvese as illas- y los escritores vigueses de mediados del pasado siglo tuvieron dos predilecciones: el mundo artúrico y el oriental de Simbad.

Mejor que se hubieran imaginado y no visitado Salalah, porque la ciudad, cargada de historia y de leyendas, no es fastuosa como sugiere su nombre. Aunque las playas del lugar, de arena blanca y tan largas que se pierden en el horizonte, resarzan su fama. El inconveniente es que soportan temperaturas de hasta 50 grados.

Todos estos lugares, y los de otros mundos literarios, figuran en la ruta de los grandes cruceros, que salen y vuelven anualmente a Venecia.

Los viajes siempre han estado relacionados con la actividad humana. Ya fuera por necesidad como los camelleros de las caravanas a Salalah o por disfrute, como los turistas en vacaciones a Santa Lucía, la isla de la serie televisiva Crimen en el paraíso.

Recorrer el mundo sirve para conocer países, culturas y gentes, y repasar los itinerarios artísticos de autores famosos, y los parajes que los inspiraron.

Viajar es la mejor manera de sentirse ciudadano del mundo, pero también, aunque resulte paradójico, que no lo es, de valorar más e incluso entusiasmarse con la propia ciudad. Es suficiente con comparar, sin perjuicios, lo que se ve alrededor.

En el caso de Vigo, poder afirmar, con conocimiento de causa, que no sólo no tiene nada que envidiar a ninguna ciudad del mundo, sino que supera a la mayoría. Incluso en lo literario, como escenario y fuente de inspiración. Basta con citar a Julio Verne.

Cierto que no tiene un hotel como el Burj al Arab para que se dé un capricho la turista italiana. Pero tampoco lo necesita.

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