Stephen King se inventó, en La mitad oscura, el personaje de un escritor refinado y aplaudido por la crítica literaria que decide renunciar al seudónimo con el que, en ocasiones, para ganar más dinero, publica sus populares novelas policíacas. El aclamado novelista intenta despojarse de esa otra identidad, que ya ha sido reconocida públicamente por los lectores, y abandonar, como consecuencia, el rentable universo de los bestsellers. Al hacerlo, sin embargo, cae en la cuenta de que ese autor, cuyo nombre es George Stark, a quien simbólicamente había enterrado, ha resucitado como entidad física reclamando venganza y perpetrando unos crímenes espantosos. Ambos novelistas poseen los mismos rasgos físicos y las mismas huellas dactilares. El escritor sufre a lo largo de las páginas, además, una metamorfosis y comienza a padecer los mismos dolores y placeres que su malvado clon.

Recordaba este libro al percibir que en algunos artículos sobre la presidencia de Donald Trump se tiende a recurrir con frecuencia a la metáfora del "lado oscuro" de Estados Unidos. Como si de repente se hubiera despertado la bestia que la nación albergaba en su interior bajo llave y pretendiera usurpar la "auténtica" identidad de ésta. Parece que medio país, como George Stark en la novela de King, se niega a ser enterrada. La mitad de la población ahora contempla cómo la otra mitad habla en su nombre, porta su bandera y dirige sus instituciones, mientras se comporta de una manera vulgar en casas ajenas, dejándola quedar mal frente a sus amigos extranjeros. Y cuando las autoridades convocan a la primera para pedirle explicaciones por sus acciones y ésta le responde que no ha sido ella sino su "otra mitad", el sheriff le muestra las huellas dactilares, es decir, los resultados de las últimas elecciones.

Jay-Z decía en una entrevista, al ser preguntado por el actual presidente, que al país no le viene nada mal mantener una conversación pública sobre la cuestión racial para que la gente despierte de una vez por todas y se enfrente a la realidad. El odio hacia el inmigrante (y el racismo generalizado) ya existía antes, claro, pero se ejercía en la oscuridad, en irrelevantes grupúsculos mediáticos, en la taberna del pueblo sureño o en el restaurante de Nueva Inglaterra, en las sobremesas de las familias acomodadas, tanto conservadoras como progresistas, que viven en zonas residenciales, en los trabajos y en las escuelas, aunque lejos de los medios de comunicación, que censuran los insultos raciales pensando que con eso ya es suficiente. Ahora no, ahora todo sucede a plena luz del día. Puede ser fácil echarle la culpa a la "mitad oscura". No hay que olvidar, sin embargo, que George Stark, en el libro de King, es un producto de la conciencia de su creador. El uno resulta ser, inevitablemente, el otro.