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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

San José y los obreros

Cuando el que esto firma era niño, el 19 de marzo, San José, era una festividad que celebraba todo el país. Hubiera o no Pepes en la casa, las familias se reunían en torno a la mesa para almorzar mientras de la cocina iban llegando suculencias no habituales durante el resto de la semana. Especialmente el pollo que ahora llaman de corral o ecológico, aquel volátil de carne prieta y color tirando a violáceo que, guisado con patatas, es una exquisitez inalcanzable para los paladares contemporáneos, educados en la sosería del pollo de granja engordado artificialmente.

Porque el pollo de posguerra, que las más de la veces comía mejor que quienes lo alimentaban, fue el rey de los depauperados menús de la dictadura. Se le criaba con grano de trigo o de maíz y con verduras de las huertas cercanas. Y además de eso, él mismo se procuraba los gusanos que iba escarbando en el suelo, de ahí que en algunas zonas del país se los conoce como "picatierras". Había, entonces, una enorme abundancia de volátiles que campaban a sus anchas fuera del corral, y era frecuente encontrárselos cruzando la carretera. Muchos de ellos morían atropellados y los conductores tenían que bajar del vehículo para tratar con los campesinos sobre la cuantía de la indemnización a pagar. Un veterano periodista, ya fallecido, contó en sus memorias que en un viaje desde el norte de Galicia a Madrid, al llegar a Ponferrada ya habían matado once pollos, lo que estimó, a falta de otros datos, como un récord.

Las comidas de San José que yo recuerdo eran un pretexto para la intensa exaltación de la familia y de la amistad. La sobremesa duraba hasta la noche y las conversaciones de las personas mayores se desarrollaban en un escenario propicio a la siesta entre el humo de los habanos y el sorbeteo de bebidas alcohólicas, sobre todo el coñac, que antes era de obligada presencia en los postres y ahora se ha convertido casi en una rareza -hasta que a algún avispado conductor de los gustos de la masa le dé por rescatarlo para el consumo tal y como ha sucedido con la ginebra y el vermú-.

Tengo memoria de la vertiente gastronómica de la festividad de San José cuando era de implantación nacional pero prácticamente ninguna, o muy escasa, sobre los aspectos teológicos de la misma. Eso sí, sabíamos que San José era el marido de la Virgen María y había aceptado tener como hijo suyo al concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Sabíamos también que para salvar al Niño Dios de la persecución homicida de Herodes escapó con su familia a Egipto y que luego volvió de allí para dedicarse a la carpintería, un oficio en el que instruyó a su hijo adoptivo. Pero una vez cumplidos por este los dieciséis años desaparece toda referencia sobre su vida y milagros y hay que suponer (o suponen los josefólogos) que puede haber muerto y después haber sido elevado al Cielo por el mismo procedimiento que su esposa. Desde luego, sería una enorme injusticia que no se le agredeciesen los importantísimos servicios prestados. Durante la dictadura franquista (y a imitación de Pío XII) se le instituyó patrono de la clase obrera con el nombre de San José Obrero.

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