De antaño, todo lo que fuera excesiva imaginación, fantasía o ensueño, fue considerado como forma del pensamiento que no tenía aceptación o cabida dentro de la topología estricta y rigurosa del pensamiento racionalista. Por ese motivo, casi siempre relacionamos los momentos imaginativos de nuestra mente con episodios alejados de la realidad objetiva. Esa interpretación tan recurrente forma parte del acervo irreflexivo de la humanidad puesto que nuestros sentidos están más diseñados para reconocer cambios que valores constantes. La administración mental de esas misteriosas "capacidades" funcionan como una especie de elixires mágicos, y lo hacen con el propósito subliminal de canalizar la energía cerebral hacia la interpretación de la realidad. Por poco que se reflexione sobre el asunto, con lo que hoy sabemos sobre nuestro cerebro, habrá de convenirse que la fe en las tesis de una realidad única y objetiva está muy, pero que muy desfasada. Lo cierto es que nuestro cerebro emplea la mayor parte de su capacidad para los actos de elucubrar, fantasear, predecir e inventar y lo hace empleando la imaginación.

A pesar de contar con unos antecedentes tan "venerables" inspirados en la percepción codificada del universo real, el concepto de realidad única y objetiva no se consume interpretando fielmente lo que percibimos fuera de nuestros cerebros. Conceptos tan transcendentales para nosotros como el espacio y el tiempo, aunque los creemos unidades homogéneas, son en realidad conceptos mentales que no percibimos, no vemos, no asimos; son reproducciones imaginativas.

Sospecho que esa consagración histórica en favor de la idea de "realidad objetiva" gira más en torno a la identidad social que a la conciencia de uno mismo como individuo, en priorizar el cauce del río y estigmatizar nuestro reflejo en sus aguas, cuando en realidad el lecho no existiría sin nuestro maquinal y manifiesto destello imaginativo. La "realidad imaginada" cumple la esencial función de ser intermediaria o puente entre la sensibilidad y la inteligencia. Es el hilo conductor que nos pone en contacto con aquello que está fuera de nosotros y nos permite aprehenderlo; todo lo perceptible, todo lo que consideramos real, pasa por el necesario y fantástico filtro de la imaginación.

Educador y artista amateur*

*Del latín "amator" que quiere decir "el que ama"