Digamos que no a todo el mundo le gusta el carnaval ni para verlo ni para participar en él. Cada quien tiene una idea y hay opiniones encontradas. Creo que todas las partes tienen un poco de razón pero, salvo a las personas de "piel muy fina", la cosa nunca ofende demasiado porque se toma por el lado del humor, que buena falta hace. Este año, por ejemplo, hemos leído que las enfermeras hacen cruzada para que no se utilice el traje de su oficio como socorrido disfraz y tienen un poco de razón. Hay otros colectivos que también respingan cuando se ven representados carnavalescamente y "tragan" como pueden y, si no, que se lo pregunten al eclesiástico, víctima de escarnios como el del "Enterro da Sardiña" o lo ocurrido en Santiago de Compostela este año. El carnaval ha sido siempre trasgresión y escarnio y, llegado el primer miércoles de cuaresma, todo queda en "ceniza" y nunca mejor dicho. Otra cosa es que se intentase pulir esa insultante manera de destragar alimentos, como ocurre en Marín el día de la fiesta infantil del "tartazo" donde, además de la utilización de la "tarta" para ponerse la cara unos a otros como un basilisco (que hasta estaría más justificado) se pierden miles de huevos y cientos de kilos de harina que son rotos y lanzados sin piedad mientras, quizá desde el público, alguien pudiera estar lamentándolo por no haber visto un huevo frito en un mes. Cuestión de conciencia.

Dos: Misión cumplida