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La nave de los locos

El actual discurso de la reforma constitucional

Ante la comisión parlamentaria de la (hipotética) reforma constitucional comparecieron a principios de mes los tres ponentes vivos del actual texto fundamental, Herrero de Miñón, Pérez-Llorca y Miguel Roca, y los tres vinieron a decir lo mismo: no existe una necesidad ineludible de modificar la Constitución, no hay clima ni consenso para ello. Añadiré yo un argumento más: algunas de las reformas propuestas, como las realizadas para aplacar a los independentistas, nunca cumplirán su objetivo, aún en el caso de llevarse a cabo.

"La nave de los locos" he titulado. El famoso cuadro de Hieronymus Bosch, el Bosco. En él una nave arbolada con un árbol de follaje esplendoroso se dirige a la aventura, sin que nadie la guíe y entregado cada uno de sus pasajeros a la satisfacción de sus pasiones. Mutatis mutandis, tengo la impresión de que se podría aplicar esa misma parábola, la de la nave sin rumbo ocupada por gente entregada ciegamente a sus pasiones (ideaciones, acaso mejor) e intereses, al actual discurso de la reforma constitucional, cuya pancarta tantos agitan. Examinemos de cerca, como venimos haciendo aquí hace varios años, sus contenidos y sus propósitos.

En primer lugar señalemos lo que nadie va a querer reformar: ni anular los sistemas fiscales vasco y navarro, generadores de desigualdad, ni la recentralización de servicios como la educación y la sanidad. Y, sin embargo, ambas propuestas gozarían de un amplio apoyo. No es, pues, la pura voluntad popular lo que rige la cuestión, sino otros criterios.

Apuntemos ahora algunos propósitos, como el de contentar a catalanes y vascos independentistas. Ninguna reforma les va a ser suficiente, salvo, tal vez, reformas de cosoberanía o el establecimiento del derecho a escindirse a través de un referéndum. Pero no parece, por más que se diga, que ninguno de estos dos mecanismos pueda implantarse sin una enorme convulsión en el sistema de partidos y el conjunto de la sociedad española. En todo caso, ni siquiera aceptarían un referéndum condicionado a un razonable quórum de participación y de mayoría.

Algunos discursos, como el de la plurinacionalidad del PSOE, son meramente risibles, no tanto por lo que proponen, sino porque, simplemente, no saben de qué hablan. Seguramente, deducimos, no es ello más que una actualización de aquel de 2003 de Santillana, el del "federalismo asimétrico", que implicaba mayores beneficios para Cataluña y Euskadi. Y ello nos lleva a otro de los abismos a que podría conducirnos la nave de los locos, a la mayor desigualdad entre ciudadanos y comunidades. Porque una reforma de ese tipo, como la de la cosoberanía, llevaría a mayores desigualdades políticas entre territorios y a menores recursos para los "de segunda". Desigualdad, pues, e injusticia conllevaría.

Y no olvidemos los efectos agravio e imitación, la dinámica del dominó. Una concesión, de referéndum por ejemplo, a Cataluña para arreglar el "problema catalán" llevaría inmediatamente a su demanda por Euskadi y, con menos fuerza pero no menos insistencia, a otros muchos territorios, donde se convertiría en bandera permanente. (Por cierto, ¿modificaciones para arreglar las demandas de los ciudadanos de Lleida y Girona o de los de Tabarnia?).

No es problema menor el de la lealtad al sistema de los partidos. Pues si bien sería posible que PP, PSOE y Cs alcanzasen acuerdos para una propuesta de modificación constitucional, no debe contarse para ese consenso con Podemos y los nacionalistas vascos y catalanes, instalados, desde motivos diversos, en una actitud antisistema o de marginalidad con respecto al mismo. (A propósito, ¿no lo dice todo el que de la comisión de reforma constitucional impelida por el PSOE para intentar contentar a los catalanistas -y vascos- estén ausentes aquellos a los que se trata de contentar?).

Otra cuestión son las reformas propuestas hasta ahora a lo largo del tiempo. Algunas son contradictorias: por ejemplo, unos tratan de suprimir el Senado, otros de reforzarlo. Pero, en cualquier caso, se manejan proposiciones relativas a la soberanía nacional, al papel de las fuerzas armadas, la sindicación en las mismas, las relaciones con la Iglesia, la sucesión en la Corona, el Tribunal Constitucional? Sin olvidarnos de las propuestas de Jauja o de lecho de Procusto más recientes: la garantía de que las pensiones no pierdan valor, la instalación de una renta mínima universal, la igualdad de la mujer con el hombre en los puestos directivos de las empresas, etc.

Y, por supuesto, se abriría con plena virulencia en debate entre Monarquía y República.

Y todo ello sin contar con que "cuando se propusiera la revisión total de la Constitución o una parcial que afecte al Título preliminar, al Capítulo segundo, Sección primera del Título I, o al Título II, se procederá a la aprobación del principio (seguramente quiere decir 'de principio') por mayoría de dos tercios de cada Cámara, y a la disolución inmediata de las Cortes. Posteriormente, las Cámaras elegidas deberán ratificar la decisión y proceder al estudio del nuevo texto constitucional, que deberá ser aprobado por mayoría de dos tercios de ambas Cámaras, y, finalmente, aprobada la reforma por las Cortes Generales, será sometida a referéndum para su ratificación".

Esto es, abrimos un proceso de gravísima inestabilidad con factores imprevisibles y por un tiempo indeterminado, sin tener la menor noción de qué es lo que queremos exactamente y con la casi total seguridad de aquellos para quienes echamos la nave a navegar sin rumbo no van a tener en consideración nuestra aventura.

No lo suscribo, pero lo cito como curiosidad. Decía Téophile Gautier, en su Cuaderno de viaje por España, que "el mecanismo constitucional no debe convenir más que a zonas templadas; por encima de treinta grados de calor las constituciones se funden o estallan".

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