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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Salud mental del emperador

El primer año de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos fue saludado en los medios como si se tratase del primer aniversario en el poder de Nerón o de Calígula, dos de los emperadores romanos que pasaron a la historia por su crueldad y sus excentricidades. Incluso en uno de esos medios se lleva a la primera plana el anuncio de la próxima publicación de una serie de artículos sobre el personaje que lleva por título Yo, Trump, lo que inevitablemente nos trae el recuerdo de Yo, Claudio la famosa novela del escritor británico Robert Graves de la que se hizo una versión televisada por capítulos que alcanzó también notable éxito hace años.

La comparación entre los emperadores romanos y los presidentes de la poderosa república norteamericana no es caprichosa, en la medida de que, salvadas las diferencias del tiempo histórico, tanto los unos como los otros fueron, y son, la expresión máxima del poder político y económico mundial. Y tanto los unos como los otros, un ejemplo inquietante de cómo ese poder, casi omnímodo, puede ser ejercido por personas de más que dudosa capacidad moral o intelectual. Un desfase que en el caso de Donald Trump parece evidente. Hasta el punto de que una profesora de Psiquiatría de la prestigiosa universidad de Yale y otros 27 colegas firmaron un escrito pidiendo que de forma urgente se lo someta a un examen mental para comprobar si está en condiciones de ejercer tan alta responsabilidad. La propuesta, que ha levantado el lógico revuelo, tiene pocas posibilidades de prosperar y solo cabe temer, como dice uno de sus biógrafos, que a su edad y después de haberse pasado buena parte de su tiempo dedicado a engañar a la gente, su comportamiento se vuelva cada vez más errático. La sucesión de disparates que ha puesto en circulación el señor Trump desde su cuenta de Twitter es innumerable. Y su última ocurrencia fue llamar "países de mierda" a Haití, El Salvador y varios países africanos. La opinión pública mundial ha calificado esas declaraciones de racistas y el presidente se ha excusado con el habitual argumento de haber sido mal interpretado. En cualquier caso, el desprecio de una mayoría de presidentes norteamericanos hacia los países del Sur no es de ahora.

Ya en 1969, en plena guerra fría, Henry Kissinger, el influyente secretario de Estado, dijo esto: "Nada importante viene del Sur. El eje de la Historia comienza en Moscú, pasa por Bonn, llega a Washington y sigue hacia Tokio. Lo que pueda pasar en el Sur carece de importancia". Desde entonces hubo algunas modificaciones en el tablero con el nuevo papel de China, India y Brasil pero el menosprecio de la clase política norteamericana hacia los "países de mierda", los "estados fallidos" o los "estados gamberros", como les llamaba el último de los Bush, es bien conocida. En cuanto a la talla intelectual del último de los ocupantes de la Casa Blanca nada mejor que esta reflexión del escritor Gore Vidal: "Tanto los fundadores de la República como los del imperio manejaban la pluma con pericia. En la actualidad los personajes públicos ya no son capaces de escribir sus propios discursos ni sus libros, y hay indicios de que tampoco pueden leerlos".

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