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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El reñidero

Pues la verdad es que, sin la menor intención de estropearle a los empresarios gallegos el optimismo -que, por lo que declararon a este periódico es rebosante- de cara a 2018, seguramente comprenderán las dudas que suscitan no ya en la oposición política, que no maneja cifras parecidas, sino también entre algunos de sus colegas. Por al menos un par de razones comunes: los cálculos relativos a España -y por tanto a Galicia- dependen de si se resuelve -y cómo- el asunto catalán y los de la Unión Europea tampoco parecen como para cantar himnos.

Y no se trata en absoluto de descalificar la ilusión que sin duda sustenta el optimismo. Pero como lo medible no es opinable, conviene repetir que las inversiones en España descendieron en un porcentaje significativo desde octubre/2017 -en Cataluña el triple- y que para casi nadie es un secreto que en las instituciones comunitarias está declarado el "prevengan", por si las moscas. Todo ello no es obstáculo para el optimismo, pero desde luego sí que permite recomendar, al menos en opinión de quien escribe, algo más de prudencia a la hora de los pronósticos.

(En ese sentido no parece excesivo recordar que en los estertores del año que acaba de rematar, las noticias relativas al sector pesquero fueron sombrías, bien por las posibles secuelas del Brexit, bien por la creciente presión del gigante chino. Ni que en lo agrario se advirtió que a pesar del notable incremento del precio de la leche, en Galicia se espera el cierre de al menos medio millar de explotaciones. Y sabiendo que esos dos sectores "tiran", en zonas muy sensibles de la sociedad gallega, de las economías comarcales, cuesta compartir la euforia).

Dicho todo ello, no sería desdeñable recordar, sobre todo en la hora de hablar de las inversiones, que en los últimos meses han ocurrido dos fenómenos crecientes y que, por ahora, influyen en negativo del Miño hacia arriba. El primero, que el norte -y el centro- de Portugal desarrollan una amplia ofensiva para atraer proyectos pensados en principio para Galicia y con los que aquí se contaba. Y segundo, que las contramedidas de la Xunta no han dado hasta el momento los frutos que en términos oficiales se han calculado. Y eso que se han aprobado incluso leyes ad hoc.

Sea como fuere, el punto de vista que aquí se ofrece no es, ni lo pretende, servir de réplica a quienes manifiestan su confianza en que los elementos positivos superen a los negativos y el horizonte se vuelva despejado, que ojalá. Pero aún queda una cosa por decir, con todo respeto: para que el optimismo sea del todo fiable no vendría mal que los empresarios, como organización, cambiasen su actitud cainita y mejorasen de esa forma su imagen. Porque ¿creerán en serio que sus competidores directos más importantes, por ejemplo en Portugal, van a confiar sus intereses a pactos con colegas que, profesionalmente hablando, parecen un gallinero en guerra civil...?

¿Eh...?

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