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Joaquín Rábago.

Los "robber barons" de la Europa del Este

Cuando hablamos de oligarcas solemos referirnos a los representantes de de la antigua nomenclatura comunista que, gracias a sus contactos, arramblaron con buena parte de lo que era propiedad del Estado en los acelerados procesos de privatización. Se los ha comparado con los "robber barons" (barones ladrones) estadounidenses, aquellos capitanes de industria y codiciosos magnates del siglo XIX cuyos apellidos -Carnegie, Rockefeller, Vandebilt, Morgan, etc.- hoy aparecen asociados a museos, fundaciones, universidades o instituciones benéficas.

Conocemos sobre todo a los oligarcas rusos o ucranianos como los Abramóvich, Berezovski, Ajmetov o Poroshenko, pero los hay también en buena parte de los países del Este y Sureste de Europa que hoy pertenecen a la Unión Europea. Son gentes como los multimillonarios checos Andrej Babis o Zdenek Bakala o los húngaros Lajos Simicska o Lorincz Mészáros, que han comprado empresas y periódicos y se han implicado directa o indirectamente en la política de sus países. Dotados de gran olfato para los negocios, han sabido aprovechar sus importantes contactos y no han desperdiciado ocasión alguna para incrementar espectacularmente sus fortunas, intercambiando favores con sus protectores políticos.

Así, el checo Babis se hizo con la agroquímica Agrofert, lo que le serviría luego de trampolín para lanzarse a la política y fundar la populista "Asociación de ciudadanos descontentos" (ANO, por sus siglas checas). Babis supo aprovechar hábilmente para sus fines políticos el enojo de sus compatriotas con las políticas de austeridad impuestas por Bruselas. Hay quien le compara incluso con el italiano Silvio Berlusconi por sus adquisiciones de medios de comunicación, muchos de ellos vendidos por las empresas alemanas que se hicieron con ellos tras la caída del comunismo y que luego abandonaron por haber dejado de ser rentables con la llegada de los móviles. Si en los años noventa, es decir en la década posterior a la caída del muro de Berlín, la mayoría de los periódicos y revistas checos estaban en manos extranjeras, hoy pertenecen prácticamente a cuatro oligarcas de ese país.

En Hungría, Lorinc Mészáros, amigo del primer ministro, Viktor Orbán, que empezó como instalador de gas y se dedicó luego a los negocios inmobiliarios, se ha hecho con más de treinta empresas además de controlar doce de los diecinueve diarios regionales y una emisora de televisión. Al otro oligarca húngaro antes citado, Lajos Simicska, le sentó tan mal que el primer ministro privilegiara a Mészáros como empresario del Gobierno que decidió que los medios que controlaba dejaran de elogiar al partido gubernamental, Fidesz, y apoyaran en cambio al opositor Jobbik. Es este un partido no solo ultranacionalista antiimigración como Fidesz, sino también antisemita, uno de cuyos diputados llegó a proponer hace unos años que se hiciese una lista con todos los judíos que viven en Hungría.

Los cuatro miembros del llamado grupo de Visegrado -Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia- comparten entre otras cosas el rechazo a la inmigración, sobre todo la musulmana, pese a que ellos mismos son generadores de emigrantes. Muchos de los partidos ultraderechistas de esos países que, no lo olvidemos, son miembros de pleno derecho de la UE, se distinguen además por su animadversión hacia el pueblo romaní (gitano).

Uno de los de posiciones más extremas es el partido checo Democracia y Democracia Directa, que consiguió cerca de un 11 por ciento en las últimas elecciones. Su presidente, Tomio Okamura, ha negado el holocausto gitano durante el Tercer Reich y propuesto que se envíe a todos los gitanos eslovacos a la India, de donde se supone que vinieron sus antepasados. No se le queda atrás por cierto el vice primer ministro búlgaro Valeri Simeonov, fundador del ultraderechista Frente Nacional para la Salvación de Bulgaria, quien llegó a calificar a los gitanos de "seres de aspecto humano convertidos en bestias".

Con esos racistas en los parlamentos e incluso en los gobiernos, no es de extrañar que encontremos diariamente a gitanos de esa parte de Europa pasando frío y mendigando en nuestras calles.

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