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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Solo era un espectáculo...

Enfrentados a la posibilidad de ser juzgados, entre otros graves delitos, por sedición y rebelión, los miembros del cesado Gobierno catalán y de la Mesa del Parlamento autonómico compiten en argumentos exculpatorios. (Me refiero, por supuesto, a los que no habiéndose fugado a Bruselas con Puigdemont tuvieron que declarar ante la judicatura española). Algunos de esos argumentos son ingeniosos y hasta simpáticos, y otros decididamente increíbles. Por ejemplo, la señora Forcadell, todavía presidenta en activo del Parlament, manifestó que la declaración de independencia que ella misma proclamó de viva voz tras proceder al recuento de votos, no pasó de ser un acto puramente simbólico y sin efecto práctico alguno. De hecho, insistió, una vez declarada la independencia, ni siquiera se tomó el acuerdo de remitir el texto del acuerdo al Boletín Oficial de la Autonomía para su publicación. Y ya se sabe que lo que no aparece en el Boletín Oficial es como si no existiera. Y algo parecido vino a decir el exvicepresidente Oriol Junqueras quien, aparte de insistir en el carácter simbólico de la proclamación de la independencia de Cataluña, señaló que el acto tuvo un valor "estrictamente político".

Habíamos oído muchas descalificaciones (la inmensa mayoría de índole reaccionaria) sobre la utilidad de lo político y de la política, pero esta del líder de Esquerra Republicana supera todo lo conocido. Porque lo que parece querer explicar el señor Junqueras a los jueces es que calificar de "estrictamente político" el valor de un acto equivale a decir que es "estrictamente irrelevante", "estrictamente inútil" y de una importancia "estrictamente decorativa". Vamos, que equivale a decir que no sirve para nada. Y si no sirve para nada es jurídicamente imposible que pueda ser catalogado como delito. O dicho de otra manera, la solemne proclamación de la independencia de Cataluña en el Parlamento autonómico no pasó de ser una representación teatral en la que se escenificaron las ensoñaciones soberanistas de una parte de la burguesía y pequeñoburguesía catalana. En definitiva, un acto lúdico sin mayor trascendencia.

Algunos ingenuos, como los miles de personas que celebraban gozosamente en la calle lo que creían que era un histórico acontecimiento, no cayeron en la cuenta del gigantesco engaño que se desarrollaba ante sus ojos. Y en la misma trampa cayó la oposición que abandonó en bloque el hemiciclo para no ser cómplice de lo que allí se tramaba. Y también el Gobierno del Estado, que reaccionó desproporcionadamente activando el artículo 155 de la Constitución española ante el temor de que estuviésemos asistiendo a un acto de rebeldía contra la legalidad institucional cuando en realidad éramos simples espectadores de una farsa muy bien montada. Claro que era fácil engañarse, porque los actores parecían personajes reales y el señor Puigdemont parecía realmente el señor Puigdemont. Y la señora Forcadell talmente la señora Forcadell. Y lo mismo ocurría con el señor Oriol Junqueras. ¿Quién nos iba a decir que el líder de Esquerra no era realmente el señor Oriol Junqueras?

Concluido el espectáculo ahora nos queda por conocer lo que pensarán los jueces, gente poco dada a la fantasía, sobre esta novedosa interpretación de los hechos. La absoluta teatralización de la política, hasta el punto de que no podamos distinguir lo verdadero de lo falso, es una idea que le hubiera interesado a Kafka.

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