El próximo mes, aunque no nos lo creamos porque ha pasado un año volando, será ya la Navidad. Desde hace varias semanas se ven signos de la fiesta, los signos propios del consumismo que la desvirtúa bastante de lo que realmente significa, porque los escaparates ya muestran de todo en lo que a lo relativo al momento anual se refiere y, por la calle andan ya los camiones de bombillas, ahora leeds, con sus grúas y sus interrupciones del tráfico, para ornamentar el ambiente de colorines. En realidad se trata o, trataría, de la fiesta de la solidaridad, espíritu que debería estar presente en todas las familias y, cuanto mejor favorecidas por la suerte en la vida, más. Pero a veces no es así. No es malo brindar y celebrar la Navidad; no lo fue nunca y siempre, en momentos de mayor o menor crisis de cualquier tipo, se intentó gozar del espíritu navideño que tiene sentido propio, y hasta las personas que dicen odiar la navidad suelen sentir en su interior profundo "algo" distinto en esas fechas. Cada quien vivirá la navidad como prefiera sentirla y, si es cierto que algunas familias tienen razones suficientes como para sentir la tristeza de la ausencia aún reciente de los seres queridos, para la mayoría el compartir las fiestas con los suyos y con los de su alrededor viene a ser algo así como la calma en medio de las tempestades del resto del año que se viven con angustia y con recelo.
