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La semana de A Ferrería

Tengo mono de Puigdemont

Lo reconozco, tengo mono de Puigdemont. No sé si comenzar a preocuparme, pero lo cierto es que pienso en él 24 horas al día, necesito saber qué hace y estar a la última de sus ocurrencias. Desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la madrugada el mando de la televisión y el ratón del ordenador van y vienen en busca de las últimas noticias del expresidente de la Generalitat.

Y no debo ser el único a tenor de la reciente encuesta del CIS donde Cataluña es la segunda máxima preocupación para los españoles, tras el paro. Me consuela, debemos ser legión los enganchados. Esta dependencia lleva a darme igual si el líder catalán es un héroe o un villano, lo que necesito son sus historias diarias delirantes que convierten nuestro día a día en un sinvivir. El hecho de que sea capaz de convertir lo ilógico y la fantasía en algo tan real me atrapa.

Se imaginan cómo será el día en el que Puigdemont deje de ser noticia. Solo pensarlo ya temo las consecuencias del síndrome de abstinencia. Habría que regresar a la rutina diaria, a hablar otra vez del tiempo, del fútbol, de la cansina corrupción de nuestros políticos, y de Belén Esteban. Porca miseria.

Hay quienes están enganchados a las drogas, al tabaco o al móvil, bueno pues yo tengo mono de Puigdemont. Me ha alterado el funcionamiento normal de mi sistema nervioso.

Este ser único e irrepetible es capaz de huir como un cobarde a Bruselas y al mismo tiempo lograr que le sigan, como apóstoles, doscientos alcaldes independentistas. Para colmo, está a punto de convencer al mundo entero de que España es un país dictatorial y opresor, en donde el gobierno de Rajoy, Franco reencarnado, se carga todas las leyes habidas y por haber. Y lo que resulta asombroso, lleva apenas una semana en Bruselas y el gobierno belga está al borde de la crisis. Un crack.

Carles Puigdemont es el nuevo mesías que conduce a su pueblo a través de una Europa mezquina, en busca de la idílica independencia para Cataluña que traerá a sus conciudadanos bienestar, trabajo, riqueza y hasta el gordo de la lotería de Navidad cada año.

Tengo el convencimiento de que hay Puigdemont para rato y eso me consuela, y más ahora con las aburridas fiestas navideñas a la vuelta de la esquina. Con la botella de cava en la mesa volverá el debate catalán y a partir de ahí puede pasar cualquier cosa. Al fin, unas navidades diferentes en donde en la mayoría de los hogares en Nochebuena y Fin de Año ya no se llegará a los villancicos porque antes de poner el turrón en la mesa los invitados ya habrán formado el lío padre con Cataluña de por medio.

Un amigo psicólogo me aconsejó que como terapia para desengancharme no escuchara la radio, ni leyera la prensa, y la televisión la dejara siempre en Tele 5 para ver a Jorge Javier, que dicen que también engancha, y así olvidarme del exiliado catalán. Y es verdad, lo he probado y a cualquier hora que encienda el televisor allí está el dichoso Jorge Javier. Pero, créanme, no es lo mismo. No hay color, de verdad lo digo. Así que el mando de la tele me devuelve a Puigdemont. ¡Qué felicidad!

Y pensar que a los belgas solo verlo les da dolor de cabeza. ¡Qué raros son! Así va Europa.

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