En un video se puede observar a John McCain, candidato a las elecciones presidenciales de 2008, interactuando con su público en un mitin de campaña. Escuchaba el republicano los lamentos y las dudas de sus conciudadanos cuando una mujer, visiblemente indignada y quizás un poco asustada, titubeante, pretendió poner en duda el origen de Barack Obama, su adversario político. "He leído sobre él y es un árabe". Estaba a punto de verbalizar la teoría de la conspiración esparcida desde las periferias mediáticas que ahora dirigen el mundo ("él no es, no es un..."), pero el político no la dejó terminar, agarró el micrófono y, negando con la cabeza, pronunció aquellas inolvidables y civilizadas palabras: "No, él es un hombre de familia decente, un ciudadano, con el que estoy en desacuerdo en cosas fundamentales". Unos tímidos aplausos se escucharon una vez finalizada la intervención de McCain, pues la gente en aquel entonces ya estaba a lo suyo. Algunos preferían creerse los hechos alternativos que oían en la radio y en la televisión a fiarse de un héroe de guerra. Lo primero era sin duda más entretenido que lo segundo. La mujer, sin embargo, parecía despistada. "¿No?", se preguntaba repetidamente como si se hubiera producido un cortocircuito. "No, señora, no". Una nueva era había comenzado.

McCain ha vuelto a ser noticia esta semana. Después de que le extirparan un tumor cerebral, el veterano senador acudió al Capitolio para realizar una defensa firme del consenso y decir unas pocas palabras sobre la disfuncionalidad de las cámaras: "Hemos de confiar unos en otros. Dejad de escuchar a los bocazas altisonantes de la televisión, la radio e internet. ¡Mandadlos al infierno! Hemos estado perdiendo el tiempo en asuntos importantes porque insistimos en querer ganar sin buscar la ayuda del que está al otro lado del pasillo. No estamos logrando nada, compañeros míos, no estamos logrando nada". Suyo fue el voto decisivo que salvó la reforma sanitaria de Obama que sus compañeros de partido deseaban eliminar, impidiendo de esa manera que saliera adelante la legislación que proponía su partido.

McCain ejerció nuevamente de portavoz del sentido común, apelando a la sensatez de los representantes, tras viajar unas cuantas horas en avión y pocos días después de haberse sometido a una operación quirúrgica. Esperó a que las cámaras estuvieran encendidas y todos estuvieran atentos para decir "no". Una actitud que muchos consideraron heroica. Joshua Holland, de la revista progresista The Nation, no lo ve así. Piensa que oponerse a una ley (la republicana) apoyada por menos del veinte por ciento del electorado, la cual dejaría a millones de personas de bajos recursos económicos sin asistencia sanitaria, no requiere mucho coraje. Pero vivimos unos tiempos complejos. Ahora decir "no" (a la conspiración, a la manipulación, al disparate) es un acto de valentía. El último grito por la supervivencia de una democracia (al menos mentalmente) sana.