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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Desde la ciudad nerviosa

Un amigo que reside buena parte del año en Barcelona me regala un libro de Enrique Vila-Matas

Un amigo que reside buena parte del año en Barcelona me regala un libro de Enrique Vila-Matas que recoge una selección de sus crónicas bajo el título Desde la ciudad nerviosa. La ciudad que él describe como "nerviosa" es fundamentalmente Barcelona y el año en que se publica el libro es el 2000 cuando el paso de un milenio a otro (según la forma de contar de los cristianos, claro) tenía en suspenso a buena parte de la humanidad por si ocurría algún prodigio o alguna tragedia irreparable asociada a la fecha. (El entonces hiperactivo ministro Francisco Álvarez-Cascos convocó al funcionariado la noche del 31 de diciembre para permanecer en vigilia de cualquier acontecimiento imprevisto. Y recuérdese que incluso se llegó a especular con la posibilidad de que los misiles con carga nuclear pudieran activarse por su cuenta a impulso de un universal fallo informático).

En el umbral del nuevo milenio Barcelona no solo tenia motivos para permanecer "nerviosa", sino también orgullosa de haberse convertido en la última década del milenio en la "ciudad de los prodigios", como acuñó Eduardo Mendoza, otro escritor catalán de éxito. Solo habían transcurrido ocho años desde las Olimpiadas que ayudaron a la reconversión urbanística de la ciudad abriéndola al mar para la tropa peatonal, tanto nativa como forastera. Una transformación radical que la ha convertido en objetivo turístico preferente, hasta el punto de que la alcaldesa, señora Colau, tuvo que adoptar medidas para contener la trashumancia invasiva.

Ahora bien, ¿porqué llama Vila-Matas a Barcelona la "ciudad nerviosa"? Él mismo lo explica en el prólogo del libro. Y dice allí que toma prestada la denominación del escritor argentino Roberto Arlt, que viajó por España en la década de los treinta del pasado siglo. Artl percibió un contraste radical entre el estilo de vida de la ciudades españolas del sur -soleadas, apacibles y sin complicaciones- con el de las "ciudades nerviosas" como Londres, Leningrado, Berlín o París, escenarios propicios para la introspección y la literatura psicológica.

Las razones de Vila-Matas para incluir a Barcelona en esa clasificación de "ciudades nerviosas" son muy particulares y respetables (al fin y al cabo él es un barcelonés de cuna y un avezado observador), pero visto desde una perspectiva atlántica como la mía resulta algo chocante que una urbe mediterránea se sitúe en el catálogo al lado de las cuatro grandes capitales del centro y del norte europeo que arriba se citan. Al fin y al cabo, el carácter de las ciudades excede de su historia, arquitectura y climatología y tiene mucho que ver, en cambio, con el ánimo de sus habitantes y con su forma de ganarse la vida.

En un famoso libro de Camilo José Cela, Viaje a la Alcarria, el viajero, muy de mañana y camino de la estación del tren, trataba de adivinar por el aspecto exterior de las casas cual sería el talante de los que habitaban en ellas. Y llegaba a la conclusión de que quizás en las de aspecto más hosco y desaseado viviesen personas más felices que en aquellas otras bien pintadas y con las fachadas abarrotadas de tiestos con flores. En el inicio de La Regenta, escribe Clarín: "La heroica ciudad dormía la siesta".

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