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La corrupción ocupa en nuestras vidas tanto espacio como el fútbol. No hay día sin partido ni sin apertura de sumario. Vivimos en un sistema binario en el que sales de los goles para entrar en las comisiones del 3% o viceversa. Significa que en los periódicos y en la tele no queda lugar para la vida cotidiana. No sabemos a qué se dedican los españoles de carne y hueso, cómo viven, cómo mueren, ni si siguen o no cortándole el rabo a sus perros. Tampoco con qué frecuencia se abren las venas a falta de una regulación de la eutanasia ¿Quién va a acordarse de legislar sobre la muerte digna o sobre el rabo de los perros, preocupados como estamos por la renovación de Mesi o los accesos místicos del clan Pujol?

Cuando los historiadores del futuro intenten escribir sobre la vida cotidiana de esta época, igual se encuentran con que la vida cotidiana ha desaparecido en los océanos de la corrupción institucional y del deporte.

-¿A qué se dedicaban los españoles en 2017?

-A la Champions, a los Pujol, a los González, a los Granados, los Marjalizas, a las Esperanzas Aguirres?

-¿Pero no iban a la compra?

-No sabemos, no han quedado registros.

Hombre, hombre, hurgando mucho en las esquinas de la realidad encuentras asuntos interesantes. Así, abundaban, por ejemplo, los falsos autónomos, abundaban tanto que llegaron a formar una clase social.

-¿Y qué era un falso autónomo?

-Un empleado fijo clandestino.

En 2017 éramos también los mejores cocineros del mundo, teníamos más estrellas Michelín de las que de verdad hay en el cielo. Pero la mitad de los empleados de estos restaurantes carecían de estatus. No eran becarios ni autónomos ni fijos discontinuos, no eran nada, aunque sacaban la mitad del trabajo en restaurantes cuyos cubiertos pasaban de 200 euros por persona, sin contar el vino. Significa que la vida cotidiana era dura, aunque nos la amenizaban con las hazañas de Ronaldo y el sentido del humor de Marta Ferrusola. Vayan tomando nota los estudiosos.

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