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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El fútbol, experiencia religiosa

Años atrás, cuando notaba ya en la espalda el calor de las llamas del infierno (es decir: la Segunda División), el Celta decidió acudir directamente al exorcismo. Consciente de la gravedad del trance, la dirección espiritual del club pidió a sus devotos que acudiesen al estadio con ajos, agua bendita, patas de conejo o cualquier otro amuleto que ayudase a conjurar el descenso a los dominios de Belcebú. Infelizmente, las súplicas de la parroquia no fueron atendidas en las alturas.

Algunos estudiosos del celtismo sitúan en aquel lance una cierta pérdida de la fe que tradicionalmente caracteriza a sus parroquianos. Solo el Betis que corea el lema: "¡Viva er Beti manque pierda!" podía competir con los animosos devotos del Celta en reservas de sufrimiento frente a la adversidad. Ahora parecen haberla recuperado.

Se puede perder un partido y hasta una categoría, pero jamás la fe en un asunto de orden tan decididamente religioso como el fútbol, que abunda en teologías de gloria y de salvación.

La gloria, sobra decirlo, es la Ascensión a la Liga de las Estrellas con la que sueñan los equipos de más módico presupuesto, que alcanzan el éxtasis cuando un empujoncito del Apóstol los lleva a competir en los torneos de Europa. Otras veces han de limitarse a buscar la "salvación" mediante un "milagro" de última hora que les ahorre la caída a las calderas de Pedro Botero de Segunda. El vocabulario deportivo es, como se ve, indiferenciable del que usan las grandes religiones.

Los cielos de Primera dan el derecho a visitar catedrales famosas como el Bernabéu, el Camp Nou o San Mamés: y, sobre todo, el privilegio de ser visto en la tele: esa moderna forma que ahora adopta la divinidad. Por la misma razón, el descenso a la categoría subalterna es un infierno en el que se castiga a los pecadores sin televisión, que viene a ser la pérdida de la visión de Dios (es decir: del público).

Militar en la parroquia del Celta, del Deportivo o de cualquiera de los equipos económicamente menos favorecidos por la fortuna es, en sí mismo, un acto de fe basado en la caballerosidad. Solo los caballeros apuestan por las causas difíciles y, como el Quijote, son quienes de mantener en pie su afouteza frente a enemigos que no son molinos de viento, sino verdaderos gigantes.

Esa caballerosa actitud permite a los fieles gozar y/o padecer en la misa semanal del fútbol toda suerte de experiencias místicas: desde la agonía por el incierto resultado a la amargura de la derrota e incluso el éxtasis de una victoria en el último minuto (y a poder ser, de penalti dudoso). Nada que ver con la fácil -y aburrida- militancia en el Madrid o el Barcelona, clubes de comportamiento ordinariamente previsible.

Andan este año los dos equipos gallegos de Primera en trances opuestos, pero de orden igualmente teológico. El Depor lucha por la salvación -que ciertamente, tiene a mano- en tanto que el Celta buscará hoy un muy difícil acceso a la gloria de su primera final europea. La eterna experiencia mística del tormento y el éxtasis, tan propia así del fútbol como de la religión.

A pocas horas de que el Celta busque el milagro y la gloria subsiguiente en el templo de Old Trafford, todo se reduce -como es habitual- a una cuestión de fe. Pase lo que pase, nadie va a quitar al celtismo el goce de esta experiencia mística. Y sin que los druidas del club hayan recurrido al conjuro de la queimada para tomar ventaja.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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