Al margen de variaciones menores, que en algunos casos ni siquiera desbordan el margen de error de la encuesta, la percepción de la situación política que nos deja el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de abril es el retrato de esa estabilidad que se colocó como valor supremo tras el pantanoso tiempo de 2016.

Casi el 70 por ciento de los encuestados considera que la situación política oscila entre mala y muy mala. El 55,8 cree que todo sigue igual que hace un año. Entre quienes advierten variaciones, domina el 28,7 por ciento de los que opinan que las cosas fueron a peor. El futuro no pinta mejor. Hay un 50 por ciento que anticipa que a la vuelta de doce meses todo se mantendrá como ahora y algo más del 20 por ciento muestra su convicción de que empeorará. La impresión demoscópica dominante es, pues, que nada cambió y nada va a cambiar.

Si se pasa al examen de los actores políticos, se constata la misma atonía y una desafección que debiera resultar preocupante como caldo de cultivo de las soluciones cargadas de simpleza y radicalidad que horrorizan cuando toman cuerpo electoral.

Cerca de ocho de cada diez encuestados muestra poca o ninguna confianza en Mariano Rajoy, cuyo liderazgo se sostiene en exclusiva sobre su capacidad de resistencia ante los acontecimientos. Poco más de la mitad de los 2.500 entrevistados en el barómetro tienen una opinión que va de mala a muy mala sobre la acción del Gobierno. Pero inquieta todavía más que, como ya ocurriera en enero, la consideración sobre la oposición que hace el PSOE sea todavía peor que la del Ejecutivo. Seis de cada diez encuestados ven la actuación política de los socialistas mala o muy mala.

Ahora sabemos que cuando hablaban de estabilidad se referían a la suya. Para la mayoría en cambio se trataba de lo que describe el CIS: inmovilismo y frustración.