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La deriva del PSOE

La dramática coyuntura de la organización socialista

Lo que en un principio debía ser un simple y mero trámite en la elección del nuevo secretario general ha servido para destapar la caja de los truenos en el PSOE. El escrutinio de los avales presentados por los aspirantes a dirigir el partido pone en evidencia la dramática coyuntura que atraviesa la organización socialista. Hay quien ve en los datos señales de lucha fratricida, una ruptura y el fin de una historia centenaria. Lo cierto es que no hace falta ir tan lejos para asumir que el PSOE está en ebullición y que su estado compromete decisivamente el devenir de la política nacional.

Según un diagnóstico compartido, las firmas de los afiliados plasman una profunda división interna del partido, que lejos de calmarse parece azuzada por el paso del tiempo. El número de avalistas casi duplica al registrado en las primarias de 2014 y se acerca al número de participantes en aquella votación. Pedro Sánchez ha conseguido esta vez más firmas, excepto en Andalucía, Aragón y País Vasco. Es por ello, hasta la fecha, el proceso electoral interno habido en cualquiera de los grandes partidos de ámbito estatal que ha contado con la implicación de un mayor porcentaje de afiliados. No obstante, lo más relevante es el hecho de que la distribución territorial de los avales no es homogénea, particularmente en el caso de Susana Díaz, que ha conseguido casi la mitad de los apoyos en su propia comunidad autónoma, pero ha sido superada en otras diez por Pedro Sánchez y apenas ha encontrado respaldo en Cataluña, País Vasco y Baleares.

Con los datos que se conocen, el resultado de la elección es muy incierto. Si, como cabe esperar, los avales se traducen en votos y los afiliados que no prestaron su firma acuden a votar, los dos candidatos con posibilidades tendrán que aumentar sus apoyos para ganar. Pero el margen para sumar votos es ya mínimo en Andalucía y, sin embargo, más amplio en Cataluña y otras comunidades. Los afiliados que avalaron a Patxi López tomarán su decisión a sabiendas de que no tiene opción de ser elegido y podrían inclinar la balanza. En cualquier caso, es previsible que el candidato derrotado, sea Susana Díaz o sea Pedro Sánchez, se sienta respaldado por la mitad del partido y quiera seguir ejerciendo el liderazgo de ese sector e incluso postularse para La Moncloa.

Así, las primarias habrían confirmado la división del partido, que a partir de entonces tendría dos líderes en constante lucha, ambos debilitados por el rechazo del sector que apoya a su respectivo rival. El escenario que se puede imaginar es el peor, sin pensar en la ruptura, pero necesariamente temporal y daría paso a un nuevo liderazgo integrador, cuya aparición impiden las actuales circunstancias.

Esta situación resulta inédita en el PSOE, acostumbrado a liderazgos fuertes y a gobernar. El partido ha vivido divisiones internas en torno a la dirección política de Felipe González, a propósito de la definición ideológica, la convocatoria del referéndum de la OTAN, su desencuentro con Alfonso Guerra, pero esta supone un peligro mayor para su futuro. La socialdemocracia presenta síntomas similares en varios países cercanos y en el nuestro el PSOE, además, se ve acosado como nunca lo había sido por un partido, Podemos, que no ceja en el empeño de adueñarse del espacio político de la izquierda, un objetivo que tiene a su alcance y que ya hubiera conseguido, de no ser por su bisoñez.

El signo de los tiempos, en política, es la movilización del descontento, que se justifica con el comportamiento incorregible de la clase política y puede causar un destrozo enorme en las democracias liberales. Inopinadamente, el PSOE está en trance de ser engullido por la vorágine. Los dos grandes partidos, faltos de iniciativa, hostigados, se resquebrajan. La labor de demolición continúa con éxito. Hace tiempo que en España no se fomenta ni se produce política constructiva. Seguimos en el mismo sitio, sin dar un paso.

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