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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La cortesía

Parece cierto, o al menos más cierto que en otras actividades, que la política, aparte del arte de hacer posible lo necesario, puede resultar en ocasiones una especie de extraño campo de juegos en donde las reglas al uso varían en función de las circunstancias y de la necesidad de sus protagonistas. Lo demostraría por ejemplo el acto de la concesión -y aceptación- de la Medalla de Oro de Oporto al presidente Feijóo y la petición -o exigencia: hay quien la ve así- por parte de este a sus anfitriones de una "competencia leal y una cooperación honesta" con Galicia.

Se refería, don Alberto, naturalmente, a la carrera iniciada en el norte de Portugal para obtener la ubicación allí de cuantas más empresas mejor, incluidas las gallegas que acepten y las extranjeras que pudieran venir en principio a Galicia. Y como normalmente solo se pide lo que no se tiene, la del señor Núñez sonó un poco rara e incluso algunos pensaron que rozó el borde de la cortesía. Por eso se dijo lo de la elasticidad de las normas de la política, que vista así sería el arte de entender, cada uno, lo que le conviene de cuanto diga el otro y, a veces, de hacerse el sordo.

Expuesto eso, procede añadir que lo extraño de la solicitud gallega es que se produce tras una consulta a Bruselas acerca del posible incumplimiento de las reglas comunitarias de la UE y una respuesta, en principio, negativa. De modo que, visto ese dato, más que hablar de petición, y menos de exigencia, del presidente Feijóo a sus anfitriones, habría que referirse a una propuesta, que no ofende, sino que se estudia y se acepta o no en función de lo que convenga a las partes. Por eso, seguramente, aún queda tela que cortar en este asunto bilateral.

Hay, además, unos cuantos puntos que citar en los discursos que se pronunciaron durante el acto, especialmente la oferta para convertir -entre sus miembros- la Eurorregión en un polo logístico de transporte e innovación. Y es una buena idea que, para ser mejor aún, habrá de traspasar la frontera de las intenciones para convertirse en un proyecto concreto, definido y documentado, con especificaciones, fechas y financiación clara a cargo de ambos países y, por supuesto, de la superestructura europea. Que, por cierto, también resultaría beneficiada.

Habría más, mucho más, en la agenda de una auténtica intención de hacer de la Eurorregión algo dinámico que contribuya a resolver, abaratándolas al financiarse entre varios, cuestiones tales como las emergencias, determinados niveles de atención sanitaria, cooperación escolar, seguridad pública e incluso políticas comunes y proporcionadas en cuanto a la recepción de extranjeros. Y podría, y quizá debería, establecer mandos comunes y trámites simples que agilizarían el estudio de los problemas y su solución. Lo que a su vez aportaría credibilidad y la confianza de quienes son claves para que aquella idea prospere: los ciudadanos. Por eso hay esta vez tanta expectación y, por qué no decirlo, cierta esperanza también.

¿Verdad...?

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