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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El saludo

Metido como está el país en una especie de paréntesis postvacacional con el cogollo de los "puentes" consumido y a falta solo del de Reyes para cerrar la romería navideña convienen algunas reflexiones. Una, la principal, que la coincidencia de las declaraciones de Rajoy y el mensaje de Feijóo -unas en FARO DE VIGO y el otro en la RTVG- no revelaron discrepancias serias, pero sí matices, relativos al AVE entre Madrid y Santiago, que ni despejaron del todo dudas y matices.

Y no se trata de cazar moscas a cañonazos ni de atraparlas por el rabo. Tan solo de insistir en que el presidente del Gobierno de España fue contundente pero -y aunque parezca terquedad el destacarlo- dejó aparte posibles demoras, y que el de la Xunta reclamó un trato justo para lo que es una obra capital que enlazará Galicia con el mundo por vía terrestre. Y como los gallegos no están ya para más enigmas, cualquiera que se les formule sienta fatal.

No estorbará, por tanto, que se diga que lo de las "dificultades técnicas" para acabar los tramos pendientes sorprende porque más de quince años después del comienzo de los proyectos, dieron tiempo bastante para subsanarlos. Al fin y al cabo las montañas y valles llevan ahí desde el Jurásico por lo menos. Y por ello los problemas deberían haber quedado resueltos por los proyectos hace ya mucho tiempo.

El otro asunto, que se resume en que, aquí, la oposición confunde aún el culo con las témporas, se relaciona con el mensaje de fin de año del titular de la Xunta. Probablemente no fue el mejor de los que ha pronunciado y estuvo repleto de lugares comunes, pero sirve para lo que sirve. Y sobre todo no es un discurso de investidura, lo que ahorra a los oyentes párrafos plúmbeos y nutrido hastío.

Y es que -y se dice desde la opinión personal-, un mensaje festivo es exactamente eso, una ocasión para resaltar lo que quien lo recita describe aquello que cree haber hecho bien. Y sobre todo trata de infundir entre los habitantes de su territorio el máximo de optimismo para los tiempos que están por venir. Y la oposición -la izquierda en este caso- tiene derecho a discrepar del balance y el cuadro optimista que se pinta, pero lo normal es que lo haga con parecido espíritu. Y por una vez, sin acritud.

Dicho todo ello, quien esto escribe echó de menos algo que cree esencial: que Galicia, por medio de sus gobernantes de aquí y de allá, ponga en valor su estabilidad política, un tesoro en estos tiempos, para aumentar su capacidad de influencia interna y de captación de inversiones externas. Porque hoy es, en una Europa preelectoral que se agita por el miedo a la aventura, es un ejemplo.

¿O no?

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