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De Los Pedrosa a Los Losada

Los Castellanos tuvo que trabajar duro y bien para hacerse un hueco como pastelería frente a otros establecimientos no menos apreciados entonces por los pontevedreses, pero más olvidados hoy por el paso del tiempo.

German Pedrosa González, por ejemplo, dispuso a finales del siglo XIX de tres locales de ultramarinos y pastelerías estratégicamente repartidas en las calles más comerciales de esta ciudad: Real 21, Oliva 1 y Peregrina 7.

Lamentablemente el fundador de esta saga no vivió para celebrar la llegada del siglo XX porque falleció en diciembre de 1899. Pero primero su viuda y luego sus hijos mantuvieron durante muchos años el negocio familiar como Viuda de Germán Pedrosa e Hijos de Germán Pedrosa.

Los locales de la Peregrina y la Oliva intercomunicaban la confitería y el ultramarinos en la esquina que hoy ocupa Joyería Suárez. Del ultramarinos se encargaba Evaristo, su dependiente vitalicio, que luego pasó a El Hórreo. Y la pastelería estaba a cargo de las hijas de Pedrosa, que impulsaron una concurrida tertulia femenina los domingos por la tarde en una salita contigua.

No obstante, el negocio original estuvo en la calle Real 21 y en la década de los años 20 pasó a manos de Aurelio Marzoa, quien se presentó en su publicidad como sucesor de Pedrosa. Allí estuvo la pastelería y confitería de Marzoa hasta la Guerra Civil. Luego acogió desde 1941 al no menos celebrado ultramarinos El Cisne, que sigue ofreciendo productos selectos.

La confitería de Manuel Losada en el inicio de la calle Real, que luego mantuvo activa su viuda, no se quedó atrás en aquella dulce contienda entre pastelerías. Sus "suspiros", unos dulces económicos al alcance de todos los bolsillos, fueron competencia directa los "canastillos" de Santiago Guerra.

Durante la década de los años 30 allí se instaló luego la Confitería Ureta, probablemente regentada por la familia fundadora de La Navarra. Especialidad suya muy celebrada y solo elaborada los domingos fue un milhojas de crema a la italiana, a 0,25 pesetas la ración.

Más tarde el mismo local pasó a manos de Antonio Irigoyen, otro apellido legendario de esta historia, por regentar al mismo tiempo varios locales de panadería y pastelería como La Duquesita, en la Peregrina, y La Estrena de Viena, en la Oliva.

Hace cien años, las pastelerías vestían sus mejores galas en Pontevedra cuando llegaban las Navidades y pasaban a convertirse en una suerte de boutiques para gourmets, donde no faltaba de nada.

A bombo y platillo ofrecían con gran despliegue publicitario toda clase de exquisiteces: selectos embutidos y quesos, turrones y mazapanes, frutas escarchadas y exóticas, vinos y licores, champanes franceses, amén de sus pasteles y tartas exclusivas.

Si además de lo exquisito contase también lo original a la hora de anunciarse, sin duda la palma entre todas las confiterías sería para Manuel Losada, porque versificaba todas sus ofertas; cada año popularizaba unos ripios diferentes. Para muestra este botón:

"Sociedad desventurada / de amarga hiel impregnada, / cese tú horrible dolencia / ¡Qué ahí es nada! / Ya está aquí Manuel Losada / para endulzar tú existencia."

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