A diario constatamos que llueve sobre mojado, sin que se vislumbre una decidida voluntad de pasar la fregona tantas veces como sea necesario para recuperar un estado de normalidad. Esto es aplicable a la Cataluña oficial, empecinada en insistir hasta la saciedad en saltarse a la torera las leyes constitucionales, sin que, desafortunadamente, se reprima tan rebelde proceder.

Podría decirse que están echando un pulso permanente al Gobierno central, al que el árbitro da la victoria, pero con resultado de derrota al recibir prohibidos golpes bajos que no se sancionan.

Precisamente el posicionamiento independentista se refuerza peligrosamente cada vez más; lo que exige una lógica y urgente aplicación de la ley, asumiendo las consecuencias sin más límites que los que la propia ley señala. Sin duda si así se hiciese hace cinco años, la aplicación sería mucho más fácil que ahora; pero dentro de otros cinco sería mucho peor. Así, pues, debemos pedir suerte, vista y al toro sin temor a los cuernos.

Es generalizada la opinión de que la mayoría de los catalanes desean seguir formando parte de España, mayoría refrendada en los últimos comicios; pero aunque duela, no podemos ignorar que un significativo porcentaje de ciudadanos reman en sentido contrario, catequizados por escuelas y medios de comunicación, amén de que el populismo callejero es altamente contaminante, permitiendo aceptar informaciones sesgadas e, incluso, capciosamente falsas que ocultan una latente y peligrosa realidad.

El porcentaje de fanáticos independentistas caería bruscamente si fuesen capaces de reflexionar con cordura sobre las consecuencias de una hipotética independencia. Advertirían, entre otras, que sin el respaldo de España, Cataluña tendría serias dificultades para financiarse; que como el 80% de sus exportaciones tienen como destino la Comunidad Europea, especialmente España, al quedar fuera de esa organización tendrían que soportar el arancel aduanero con la consiguiente pérdida de competitividad; que ello determinaría, presumiblemente, un desmantelamiento industrial, al buscar las empresas fácil acomodo al otro lado de la irracional frontera; que se perdería creación de riqueza y aumentaría el paro. The last but not de least: ¿mantendría su estatus el todopoderoso F. C. Barcelona militando en una liga regional? La utopía es utopía y nada tiene que ver con el pan de cada día.

Cataluña, que nunca fue una nación, es parte indisoluble de España, pertenencia que la beneficia y, al mismo tiempo, favorece a todo el país. Si, insensatamente, no se asume esa realidad ni se aviene a un diálogo de acercamiento, habrá que poner coto a la tolerancia y el Gobierno, buscando el máximo consenso posible de los grupos parlamentarios, tendrá que activar el imperio de la ley para hacer cumplir las decisiones de los tribunales y evitar que siga lloviendo sobre mojado.