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Joaquín Rábago.

A la cabeza de Europa por la economía

Solo el poder del marco permitía a Alemania hacerse con el liderazgo político

La República Federal de Alemania lo tuvo muy claro desde el principio: solo el poder del marco iba a permitirle hacerse un día con el liderazgo político en Europa.

Vedado el camino militar por su derrota en la Segunda Guerra Mundial y la desconfianza que seguía inspirando a los vencedores, Alemania solo tenía esa salida, que supo aprovechar hábilmente.

Una carta de marzo de 1976 del canciller socialdemócrata Helmut Schmidt a su ministro de Exteriores, el liberal Hans-Dietrich Genscher, demuestra a las claras el camino elegido.

Se trataba de utilizar las reservas del Bundesbank alemán para ayudar a Estados Unidos a financiar su presupuesto.

En ella, Schmidt le dice a Genscher que "la ayuda financiera es el instrumento que puede servir para trasladar nuestra fuerza económica y financiera a la política exterior".

Se trataba de conseguir con ese favor, según el semanario Die Zeit, que Estados Unidos aceptase la ambición germana de liderar políticamente Europa.

El gran trauma de posguerra había frustrado durante algún tiempo esa ambición. Así se repetía una y otra vez que Alemania era un gigante económico y un enano político.

Pero el grupo de historiadores que han estudiado documentos internos del ministerio de Economía sostienen que Alemania no tardó en utilizar su fuerza económica y su estabilidad social para hacer avanzar sus aspiraciones políticas.

Los primeros intentos los llevó a cabo ya el ministro alemán de Economía Ludwig Erhard en los años cincuenta al abrir a las exportaciones de la industria alemana los mercados de Asia y Latinoamérica.

Pero fue sobre todo el canciller Helmut Kohl quien desarrolló un concepto estratégico que iba a permitir a Berlín realizar finalmente sus ambiciones políticas en Europa.

Como ocurría con Estados Unidos en la OTAN, Alemania debía asumir un papel de liderazgo en las Comunidades Europeas sin sobresalir demasiado para no asustar a sus socios.

Se trataba, señala Die Zeit, de ejercer su influencia en la economía mundial, en los tratados comerciales y los acuerdos tarifarios o de divisas que se firmase, garantizando siempre la mejor protección de los intereses de la industria germana.

Con ese objetivo en mente, Alemania estaba dispuesta incluso a entrar en conflicto con sus más estrechos aliados, entre ellos Francia, si era necesario para defender su industria.

Solo la introducción del euro -contraprestación exigida por Francia a cambio de su visto bueno a la reunificación alemana- frustró provisionalmente esa ambición, que, sin embargo, por todo lo que vemos ahora ha vuelto.

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