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El derribo que no llegó a ejecutarse

Los duros inviernos y las barrabasadas infantiles, que tanto monta, hicieron mella muchas veces en el palco de la música. Sus instalaciones requirieron no pocas reparaciones y arreglos a lo largo de todos estos años. Su peor momento acaeció a mediados de los años sesenta, cuando estuvo en juego su propia supervivencia.

"La supresión del palco de la música de la Alameda sería tanto como dimitir del pasado, porque constituye el reflejo de una época de esplendor."

Eso se dijo, cuando se abrió el debate en el seno de una corporación presidida por el alcalde Filgueira Valverde sobre la conveniencia o no de llevar a cabo su derribo, tanto por su estado de conservación, como por su falta de uso. Ambas cosas eran más que evidentes, pero su eliminación pura y dura parecía una decisión casi irreverente y poco meditada.

El concejal delegado de Parques y Jardines, José Martínez Sánchez, trasladó aquella hipótesis a la ciudadanía casi como una provocación en busca de la respuesta que no tenía clara, antes de plantear una decisión en firme. Pero la demolición iba en serio, porque estaba convencido de su inutilidad.

Afortunadamente el palco de la música se salvó. No obstante, pagó un alto precio por su supervivencia, dado que resultó totalmente desnaturalizado.

La reforma, el arreglo o la remodelación más absurda de cuantas sufrió el templete a lo largo de su historia se produjo entonces, dentro de un proyecto de mejora de la Alameda en general que elaboró el arquitecto municipal, Alfonso Barreiro Buján.

Renovación de macizos y jardines, poda del arbolado, reparación y reposición de bancos, eliminación de farolas antiguas, retirada de cables de luz e incluso la construcción de un pequeño bar en su parte baja más cercana a San Roque. Todo esto englobó aquel proyecto, incluida naturalmente la reforma que dejó cojo y desvalido al palco de la música.

Como no había Banda Municipal, ni tampoco ganas de crearla en el Ayuntamiento, se optó por dar al templete un nuevo uso y se convino que la instalación de un pequeño bar en su parte baja era la mejor solución. Al fin y al cabo la Alameda demandaba un servicio así después de la eliminación de sus dos cafés históricos.

Por ese motivo, el palco de la música se quedó sin su parte superior, incluida la desvencijada techumbre. También se eliminaron sus arcadas y columnas. Y la carcomida barandilla de hierro metálico se sustituyó por una base de piedra de escasa altura, a modo de cierre de una terraza o mirador. Lo cierto y verdad fue que cuando afloró su nueva imagen, aquel palco había perdido todo su glamour.

El bar previsto nunca se instaló y tras un largo período de inactividad del palco, al que contribuyó mucho la inexistencia de una Banda Municipal, llegó su recuperación definitiva.

La feliz refundación de la propia Banda Municipal de la mano del maestro Antonio Moldes Ferro acaeció en una fecha muy señalada: el 22 de noviembre de 1979, festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Y un lustro más tarde se produjo la recuperación del palco de la música en tiempos del alcalde Rivas Fontán. Talleres El Aguila se encargó de fabricar una nueva cubierta y barandilla metálica, a imagen y semejanza de su diseño original.

Ahí sigue desde entonces con más pena que gloria, como una reliquia del pasado en una Alameda esplendorosa.

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