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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Angulas de la China

Bandas de chinos y coreanos le han arrebatado a los gallegos el monopolio del tráfico de angulas que los contrabandistas de este país iniciaron años atrás sin mucho entusiasmo. La expansión de China en los mercados -incluido el del matute- empieza a no conocer límites. Quizá haya que ir tomando ya precauciones con el albariño y el queso de tetilla, no vaya a ser que también les gusten.

Tampoco es que los traficantes gallegos de angulas estuvieran demasiado interesados en esta faena. Los beneficios de cada operación -apenas millón y medio de euros- no podían compararse ni de lejos con los que generalmente obtienen en su negocio de import/export de la fariña y el chocolate. Se conoce, pues, que no han ofrecido resistencia alguna a traspasarles ese tráfico de delicatesen a los chinos, en el convencimiento de que el ramo de ultramarinos fumables o de inhalación por vía nasal da mucho mayor beneficio.

La angula de Galicia y del norte de España ya la habían acaparado, en realidad, los japoneses, que arramplaban con casi toda la producción por el fácil método de comprarla. Ahora es otra potencia emergente, China, la que ha acabado de distorsionar la oferta y la demanda en el mercado, disparando la cotización de este minúsculo alevín de la anguila. A los vecinos del país productor ya solo nos queda el recurso a catarlas en forma de gulas, que en este mundo globalizado se elaboran con surimi procedente de abadejos de Alaska.

Pasó ya mucha agua bajo los puentes del Miño desde que los romanos, famosos por su exquisitez, descubrieron en este río las angulas y las lampreas: tesoros no menos importantes que el oro del Sil o el dorado vino de las cepas de la Gallaecia que abastecía a las mesas del Imperio.

Dos milenios después vinieron los japoneses, súbditos de otra potencia imperial aún más antigua que la de Roma, a llevarse las mismas delicadezas culinarias que en su día habían fascinado a las legiones de Décimo Junio Bruto. Y a estas les han tomado la vez los chinos, que cargan con las angulas en maletas para abastecer su naciente mercado de consumidores y reexportárselas a los propios nipones.

Nada hay que objetar, naturalmente, a estos avatares del libre comercio que nos han puesto a China con sus bazares a las mismas puertas de casa. Si acaso, podría reprochárseles a chinos y japoneses que se lleven la angula para criarla y consumirla una vez convertida en anguila, depreciando así su calidad gastronómica. Montar granjas de angulas en vez de comérselas tal cual es todo un atentado contra el gusto; pero ya se sabe que en materia de gustos no hay discusión posible.

Podría alarmar, a lo sumo, que en su afán de copiarlo todo y venderlo luego más barato, los chinos hayan decidido adentrarse también en una industria de patente tan autóctona como el contrabando en Galicia. Felizmente, no parece que su actividad en este campo vaya a extenderse más allá del tráfico de angulas, que es arte de carácter fronterizo y exige una notable especialización, como bien sabemos los gallegos y otros pueblos de la raya.

Habrá que resignarse. Si los americanos han conseguido producir ya algunas botellas de Albariño en California, Virginia y Oregón, quizá no esté lejos el momento en que los chinos habiliten un río para criar las angulas que se llevan de aquí. Galicia es un mundo, ya se sabe.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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