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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El miedo es libre

Sostiene Pablo Iglesias que la causa del estancamiento de su partido en las últimas elecciones fue el miedo. Hombre, él sabrá.

Si uno va por ahí diciendo a la clientela que el miedo va a cambiar de bando, lo natural es que efectivamente les entre cierta aprensión a quienes pudieran sentirse aludidos, con razón o sin ella. Y si además el líder máximo los amenaza con un inquietante "Tic, tac, tic, tac" a modo de ominosa cuenta atrás para la arribada del nuevo régimen retrorrevolucionario, parece lógico que cunda el pánico.

Lo raro es que después de intentar meterles el susto en el cuerpo a una parte de los votantes, Iglesias se queje de que se le hayan asustado. Efectivamente, muchos de los electores que pudieran dudar entre votar a este, al otro o quedarse en casa, se sintieron lo bastante amedrentados como para engordar con su papeleta al partido en el Gobierno. Incluso si le dieron el voto sin mucha convicción.

Tan malo es votar por miedo como tratar de infundírselo a quienes no piensan igual que uno. El miedo es una emoción defensiva y por tanto reaccionaria que tiende a retroalimentarse.

El propio partido que, según Iglesias, acabó por atemorizar a una parte de la clientela a la que se dirigía, es a su vez un producto de otros miedos de la gente. El miedo a la globalización que está abaratando los sueldos en todo el mundo, por ejemplo; o la creencia de que las nuevas tecnologías y/o la inmigración pueden dejarle a uno sin trabajo. Esos temores dieron alas a los partidos que en Italia, Francia, el Reino Unido o España se presentan como alternativa a un sistema que a su juicio ya está agotado. Por la misma razón podrían oponerse a las leyes de la gravitación universal: y seguramente con parecido éxito.

Ya se llamen Farage, Iglesias, Le Pen o Grillo, los nuevos políticos coinciden en ofrecer soluciones simples y, en consecuencia, atractivas para la parte más desasosegada de la población. Básicamente se trataría de ponerle puertas al campo de la globalización, mediante el regreso al viejo Estado amurallado por fronteras en el caso del británico Farage o la francesa Le Pen. Algo más sutiles, Iglesias y el italiano Grillo ven la raíz del problema en la mundialización de los mercados que, combinada con el poder de los grandes grupos financieros, expropia la soberanía de los Estados nacionales. Y razón no les falta, desde luego. La misma Unión Europea es un proyecto todavía inacabado de cesión de competencias de las naciones que, en buena lógica, debiera concluir en el nacimiento de un supraEstado más o menos federal.

Infelizmente, los remedios que proponen los nuevos partidos son de difícil, si no imposible aplicación. Consistirían en limitar la libre circulación de las mercancías e incluso la de las personas, con los resultados que ya están empezando a temer en Gran Bretaña los que tan alegremente decidieron aislarse de su mercado europeo natural.

Si a ello se agregan en el caso de España los ramalazos leninistas y la profusión de puños en alto que acompañan a la puesta en escena de Podemos, fácilmente se entenderá que a una parte del electorado comience a entrarle el canguelo. El propio Iglesias lo ha constatado al atribuir a ese "miedo" la relativamente módica cosecha que obtuvo su partido en las urnas cuando ya se veía a las puertas de La Moncloa.

Quizá ahora haya descubierto que el miedo es libre y no conviene excitarlo.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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