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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La quiebra

A estas horas en que se viven las vísperas de que los socialistas gallegos despejarán una de sus incógnitas -la de quién se encargará de la tarea de dirigirlos en la travesía del desierto que les espera, si Méndez o Leiceaga, y si alguno de los dos durará lo bastante- hay otras cosas que suscitan la atención del país. Quizá no deberían, pero lo hacen aunque el griterío de los partidos aparente otra idea. Y es que la patronal Confederación de Empresarios de Galicia, CEG, está al borde de la quiebra. Y eso, en ese terreno, es más serio aún de lo que sería la de una firma en solitario o incluso la de varias a la vez. Por lo menos en términos de imagen.

No hace demasiado, en este mismo periódico pero en semiclave de humor, se informaba no sólo de esa circunstancia sino de la posibilidad de que alguien tuviera que tomar cartas en el asunto, porque al fin y al cabo la marca Galicia queda afectada por el evento. Y se añadía que solo la Xunta, con una labor al menos tan tenaz y discreta como la que llevó a cabo para racionalizar el mapa de las Cámaras de Comercio, podría convencer a quienes llevan años despellejándose sin que les aporte otra cosa, para cambiar de una vez el tenderete. Y al final la broma va a dejar de serlo.

Es cierto que en el mismo espacio y lugar de Faro de Vigo, se dejaba una pregunta aviesa: ¿sirve para algo la CEG, teniendo en cuenta que ya hay cuatro patronales, una por provincia? Es muy posible que si se formulase de verdad esa cuestión, la mayoría de respuestas sería negativa, porque es evidente que la regional no coordina, ni apenas influye y, desde luego, no resuelve. Eso sí: aparenta, pero la verdad es que ese rol sale demasiado caro si se tiene en cuenta que una parte de sus gastos corre, de una forma u otra, a cuenta de las arcas públicas. Y francamente, visto lo visto, no es negocio ni para los que se benefician.

Ahora, ante los precedentes y conociendo el tejido, es más que probable que tarde o temprano se inicie una guerra para endosar las responsabilidades de la catástrofe, que lo es a pesar de que un arreglo de última hora evite la quiebra. Y se sabrá que unos echan la culpa al fallecido Antonio Ramilo, y otros a Fontenla y quizás a Alvariño pero nadie asumirá la que le corresponde. Incluso a pesar de que todos cargan el maleficio del refrán que advierte que el mal de muchos sólo es consuelo de tontos.

Dicho todo lo anterior, que se deja escrito desde el ánimus opinandi y sin intención alguna de faltar al respeto, procede añadir que en una economía como la gallega, que tantos cambios necesita y en la que urge una modernización a fondo, no se puede excluir de las prioridades la de la estructura organizativa empresarial. Porque la que hay es una antigualla y, además, muy cara y cainita. Y aunque sea verdad que esos son también defectos de una parte del país, por algún lado habrá que empezar a corregirlos. Y la posible quiebra de la CEG es una oportunidad para hacerlo por ahí. ¿Verdad...?

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