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Joaquín Rábago.

Pero ¿en qué país vivimos?

Sí, hay que preguntarse en qué país vivimos cuando leemos un día tras otro noticias que a todos deberían al menos avergonzarnos.

Un país en el que un juez de los de antes decreta prisión incondicional contra unos tirititeros por un espectáculo para niños, pero cuyo supuesto mensaje político, basado en un juego de palabras, ningún infante normal entendería.

Y que les quita además el pasaporte para que no puedan salir del país mientras individuos procesados por graves delitos contra el fisco o el desvío descarado de fondos públicos pueden irse de vacaciones a Suiza cuantas veces les dé la gana.

Un país en el que se amenaza con la cárcel lo mismo a un ladrón de bicicleta arrepentido que a un indigente que robó papel higiénico o a unos sindicalistas por integrar un piquete de huelga, y donde se prohíbe la simple exhibición en un campo de fútbol de banderas que no gustan.

Un país donde la autoridad competente se dedica a amedrentar con multas a quienes identifica como convocantes de una manifestación con el simple argumento de que no se solicitó previamente autorización para celebrarla.

Un país en el que la policía investiga al fabricante de unas camisetas que ensalzan la república y para el que un riquísimo club con la palabra "Real" en su nombre pide cuatro años de cárcel por violar el derecho exclusivo de su marca.

Y donde se paga con dinero de todos el viaje a Nueva York de un comisario para que trate de obtener alguna prueba que relacione la financiación de un partido de izquierdas con el detestado régimen venezolano o su equivalente iraní.

Y todo ello en provecho exclusivo del partido del Gobierno en funciones del que forma parte y por decisión de un ministro que se dedica a conceder a la Virgen condecoraciones de la Guardia Civil por uno no sabe bien qué milagrosa intercesión.

Un país donde un presidente de la patronal que no habría desentonado en tiempos dickensianos se permite decir en público y sin que se le caiga la cara de vergüenza que tener un empleo fijo y seguro es "un concepto del siglo XIX" y que en el futuro "habrá que ganárselo todos los días".

Y en el que siguen todavía en libertad tantos políticos que se dedicaron durante años a recalificar terrenos, inflando la burbuja inmobiliaria mientras llenaban sus bolsillos con el dinero de las coimas, que luego ponían a buen recaudo en Suiza o Panamá.

Un país finalmente en el que, aun conocedores de tales prácticas gracias a la labor de algunos jueces honrados y de periodistas que supieron hacer bien su trabajo, muchos ciudadanos volvieron a premiar en las urnas a muchos de quienes así o de otro modo delinquieron. Un país como para sentir muchas veces vergüenza.

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