Nueve años después de su último viaje por el viejo continente el Celta vuelve a Europa. El premio a una apuesta valiente dentro del campo y a una ajustada gestión en las oficinas donde se ha trabajado con la idea de dotar al club de recursos que le ayuden a crecer en un tiempo en que su competencia directa, con años de retraso con respecto al club vigués, ha comenzado a poner las cuentas al día y pronto se convertirán en amenazas mucho más serias de lo que son en estos momentos. La sede de Principe y el estadio de Balaídos son básicos en este proceso de transformación que el club pretende que vaya de la mano de su crecimiento deportivo. La primera podría estar inaugurada a comienzos del año 2017, pero sobre el estadio de Fragoso cunde la preocupación y en muchas ocasiones el desánimo.

El Celta comenzará a jugar en unos meses competición europea sin tener la seguridad de disponer a tiempo de las gradas de Preferencia y Tribuna por el retraso que se está produciendo en los trabajos. En el lento y tortuoso proceso de reforma del estadio, solo el club vigués ha respetado de forma escrupulosa los plazos cuando hace un año entregó varios días antes de lo previsto su parte de la obra. Desde entonces, la construcción de la nueva grada de Tribuna y el arreglo de la cubierta de Río Alto -donde los días de lluvia (que no son pocos) cae sobre los espectadores un torrente de agua-, son un culebrón interminable que amenaza con ensombrecer el esperado e ilusionante regreso del Celta a Europa. Aunque con la Europa League la UEFA suele ser más permisiva, en unas semanas los inspectores acudirán a Balaídos a evaluar el recinto y el panorama que se pueden encontrar es desolador. Y nadie podrá ofrecerles la mínima garantía sobre su culminación. El Celta ha devuelto a Vigo al primer plano del fútbol europeo, se merece un estadio digno y no vagas promesas que no acaban de plasmarse o que parecen viajar en el "tren de la bruja" . Han cumplido su parte del trabajo. Ahora le corresponde a otros.