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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El mafioso Robin Hood

La mafia americana cobraba a los comerciantes por proteger sus locales de los ataques de la propia mafia. El método se ha sofisticado en España, donde un grupo de extorsionadores ha estado sacándole la manteca a varios de los grandes y medianos bancos del país, bajo la amenaza de ponerlos a caer de un burro si no pagaban. Para que luego digan que la banca gobierna en la sombra a este país e incluso al mundo, como sostenían antaño los falangistas y ahora los indignados del 15-M.

Algo raro tuvo que suceder para que los banqueros pagasen durante tantos años el diezmo que les exigían los chantajistas. Una cosa es que los mafiosos vayan por ahí intimidando a los tenderos o a los vendedores de mercadillo, que a fin de cuentas son gente vulnerable frente a la delincuencia organizada. Otra bien distinta es que también se sometan al gansterismo los banqueros, gente de dinero y por tanto de poder que, paradójicamente, sufren fama ellos mismos de incurrir en prácticas mafiosas.

La explicación reside, probablemente, en que el de las finanzas es un negocio frágil por su propia naturaleza. Basta con que alguien haga correr el rumor de que un banco está al borde de la quiebra para que sus clientes vacíen las cuentas y, en efecto, la murmuración se convierta en realidad. Será por eso que la mayoría se resignó a pagar durante décadas el "pizzo", que es como se conoce la tasa de extorsión en el argot de la mafia.

También podría haber contribuido en no pequeña medida el aire de Robin Hood que se daban a sí mismos los extorsionadores. Su técnica consistía en imitar la leyenda del arquero de Sherwood, presentándose como defensores de la desvalida clientela frente a los abusos -que más de uno hubo, en efecto- de la omnipotente banca. Nada distinto, por cierto, de lo que hizo en Sicilia la Mafia original para ganarse las voluntades de su clientela.

Ahora se ha descubierto que ni la banca era tan poderosa como parecía, ni los émulos de Robin Hood se dedicaban precisamente a repartir su botín entre los pobres. La mayoría de los bancos pagaban con puntualidad el "pizzo": y los pocos que se negaron a ceder al chantaje no tardaron en ver caer sobre ellos las querellas en los juzgados y los rumores maliciosos en las redes sociales.

La propia banca ha hecho todo lo posible, cierto es, para forjarse esa imagen antipática que sirvió de pretexto a los Robin Hood de atrezzo que durante años ejercieron su oficio mafioso en la impunidad. Por si no bastasen los lances de preferentes y subordinadas, el presidente de los banqueros españoles se dedica a hacer amigos estos días advirtiendo a sus clientes que, antes de cinco años, deberán pagar comisiones hasta por entrar en una oficina de préstamos.

Si no para otra cosa, la caída de los Robin Hood que iban a erradicar la corrupción de España -hasta que tropezaron con una infanta- ha servido cuando menos de alerta al personal frente a otros demagogos con pinta más respetable.

Quizá resulten más peligrosos esos Robin que también prometen limpiar el país de mangantes y repartir el dinero de los poderosos entre el pueblo en general, a cambio del módico precio de un voto. Y es que si algo nos ha enseñado la Historia es que nadie hace favores de balde. Lo decía en una famosa película Michael Corleone, personaje al que habría que suponer un cierto conocimiento de la materia.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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