La idea de que el capital no tiene patria es, parcialmente, un mito. Es verdad que el capital financiero que vuela sobre el mundo cibernético va a lo suyo y campa por encima de fronteras sin miramientos. Pero el capital productivo es otra cosa. Especialmente si se trata de empresas familiares. En ese caso, existen personas que viven en uno u otro sitio; que conocen a sus trabajadores; que les preocupa, en grado diverso, es verdad, lo que ocurre en su entorno; que sitúan el cerebro de su empresa y los servicios fundamentales cerca de su despacho. Para un territorio como Galicia, con una dificultad estructural para atraer inversión extranjera directa, lo anterior cobra especial significado.

Bueno es que los ciudadanos pidan compromiso a esas empresas en forma de creación de empleo con buenas condiciones laborales, mantenimiento de servicios centrales o mecenazgo. Y bueno es que todos pidamos que la administración mejore sus condiciones objetivas de florecimiento y expansión. Pero los ciudadanos tenemos otra responsabilidad. La de ser consecuentes a la hora de hacer nuestras propias compras. Teniendo como tenemos empresas solventes y competitivas, por qué hay mucha gente que se olvida. ¿Por qué no actuamos en consecuencia y a la vez que pedimos lo anterior compramos aceite de la marca Abril, conservas Jealsa y Calvo, huevos y jamones de Coren y cervezas de Estrella Galicia; entramos en los supermercados de Gadis, Froiz o Cuevas; tenemos planes de pensiones en Abanca; o hacemos bricolage de la mano de Bricoking?

He puesto sobre la mesa algunos nombres propios. Pero existen muchas otras empresas que viven aquí y se comprometen. Algunos consumidores gallegos que hoy juegan a otra cosa deberían hacer lo propio. O, al menos, reflexionar sobre por qué no lo hacen.

*Director de GEN (Universidade de Vigo)

@SantiagoLagoP