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De vuelta y media

El tren que descarriló en Alba

El accidente más grave de la historia de Renfe en Pontevedra por un hundimiento de la vía a causa de fuertes lluvias se saldó con cinco muertos y cuarenta heridos en enero de 1969

El 18 de enero de 1969 hizo un tiempo infernal en Pontevedra. El servicio meteorológico contabilizó un total de 121 litros por metro cuadrado. Cayó agua para dar y tomar. Entonces no se llamaba ciclogénesis explosiva como ahora.

A las ocho menos cuarto de la tarde de aquel sábado estaba anunciada la presencia de Sarita Montiel para asistir al estreno de su última y atrevida película Tuset Street en el cine Malvar. Todo un acontecimiento.

Pero la sinigual artista no llegó, seguramente a causa del mal tiempo, principal desencadenante de la gran tragedia que ocurrió exactamente a la misma hora del estreno cinematográfico: el tren rápido 702 que minutos antes salió de la estación de Pontevedra en dirección a Santiago con un centenar de viajeros, sufrió un descarrilamiento a menos de tres kilómetros, en el lugar de A Gándara, entre Alba y Lérez, muy cerca de la fábrica de La Cros.

La confusión y el desconcierto fueron grandes en un primer momento, tanto por el fuerte temporal, como por la oscuridad de la noche, que ya había caído. Enseguida se temió lo peor, y aquel mal presagio se cumplió irremediablemente.

Tres años antes, en el mismo lugar y por el mismo motivo, una locomotora de maniobras cayó al río, donde quedó atravesada. Afortunadamente no hubo ningún herido. Quizá por esa causa, Renfe no prestó la debida atención a la peligrosidad del lugar por la falta de consistencia del terreno lindante con la marisma.

Pontevedra registró aquel sábado 18 de enero su accidente más grave en la historia de Renfe. Nunca antes, ni tampoco después, ocurrió en este municipio y sus alrededores un siniestro férreo de tanta envergadura que, finalmente, se saldó con cinco muertos y cuarenta heridos.

El trágico suceso se produjo al paso de un tren integrado por seis unidades, como consecuencia del hundimiento de un tramo de la vía a causa de las lluvias torrenciales. El terreno cedió, la máquina Alcodiesel de 110 toneladas de peso se precipitó por un desnivel de unos tres metros y en su aparatosa caída arrastró al resto del convoy férreo.

El furgón pasó por encima de la máquina, y tras éste cayeron los cuatro vagones, tres de segunda y uno de primera clase.

Ninguno de los viajeros de primera clase resultó herido precisamente porque su vagón iba en último lugar y permaneció casi intacto. La peor parte correspondió a los ocupantes del primer vagón de segunda clase y, sobre todo, a los operarios de Renfe a cargo de la máquina y del furgón.

Una vez dada la voz de alarma entre las autoridades competentes, se produjo una movilización general de los efectivos disponibles.

El grueso del operativo en acción recayó muy particularmente en bomberos, policías, ambulancias y efectivos asistenciales de los sanatorios pontevedreses: Santa María, Santa Rita y Domínguez, además del Hospital Provincial. Unos y otros trabajaron sin descanso en las horas siguientes.

También se desplazó al lugar una sección del Regimiento Mixto de Artillería nº 3, provista de reflectores para iluminar la zona y facilitar los rescates. En cambio, un tren de socorro que partió de Vigo no pudo llegar porque sufrió otro descarrilamiento a la altura de Arcade, aunque en este caso no hubo que lamentar ninguna desgracia añadida.

Lupiciano Hernández Hernández, jefe de la 75 sección de movimiento de Renfe en Vigo, dirigió el primer operativo cuya actuación se complicó mucho por el fuerte temporal y la oscuridad absoluta del lugar del siniestro.

A las tres de la madrugada se optó por aplazar las labores hasta el día siguiente, tras constatarse que no quedaba ningún herido sin atender. El balance provisional se cerró con seis muertos, tres de ellos desaparecidos, y cuarenta heridos, diez graves. El magistrado Antonio Gutiérrez Población, titular del Juzgado nº 2 de Pontevedra, se hizo cargo de la instrucción del caso.

Los tres desaparecidos, a quienes se suponía bajo los restos destartalados de la máquina y su furgón, no eran otros que Manuel Ortas Iglesias, jefe del tren, Urbano López Rebollo, mozo de furgón, y José González Rodríguez, ayudante del maquinista.

Los peores augurios se cumplieron en los dos primeros casos, puesto que sus cadáveres aparecieron gravemente mutilados a primera hora de la mañana siguiente entre un gran amasijo férreo. Pero el ayudante del maquinista resultó ileso y dio señales de vida desde su propio domicilio a donde retornó tras el accidente.

También la suerte estuvo de cara para el interventor del tren, José Díaz Yáñez, quien salvó su vida de milagro. Habitualmente, comenzaba su trabajo de control de billetes entre los pasajeros por el vagón delantero nada más salir el tren de Pontevedra, según su propio relato. Pero en aquella ocasión se entretuvo en saludar a un amigo que viajaba en el vagón de cola y retrasó su cometido. Allí estaba cuando se desencadenó la tragedia.

Marcelina Pose, de 18 años, vecina de Pontecesures, y Mercedes Cao, de 42 años, vecina de Vigo, murieron prácticamente en el acto. Y Julio Estévez, 38 años, vecino de Ribadavia, falleció durante su traslado al sanatorio Santa Rita.

Afortunadamente los cuarenta heridos que llenaron los centros sanitarios, evolucionaron favorablemente en las horas siguientes, sobre todo los casos más graves.

El domingo 19 resultó el día clave para completar las tareas pendientes, con mejor tiempo y más medios materiales y humanos. Renfe envió dos trenes de socorro y desembarcó en Pontevedra con su vicepresidente y consejero delegado, Alfredo Moreno Uribe, al frente de una amplia delegación.

Moreno Uribe desplegó una loable actividad durante las cuarenta y ocho horas siguientes: visitó con detenimiento en lugar del suceso para conocer todos los detalles, prometió las indemnizaciones correspondientes por los destrozos causados en fincas y cosechas; se interesó mucho por los heridos y dispuso la ayuda necesaria a las familias de las víctimas y, en fin, agradeció la colaboración recibida en nombre de Renfe, tanto de forma personal como por medio de una nota pública.

El luto oficial decretado impidió el lunes 20 la celebración de los actos previstos en honor a San Sebastián, patrono de la ciudad. En su lugar hubo un solemne funeral en la Basílica de Santa María por el sufragio de los cinco fallecidos, con asistencia del propio vicepresidente de Renfe, el gobernador civil, Ramón Encinas Diéguez, y demás jerarquías.

El Ayuntamiento trasladó al martes 21 la entrega de la medalla de oro de la ciudad al ex alcalde José Filgueira Valverde durante una sesión de honores que estaba programada para el día anterior. San Sebastián libró a Pontevedra de la peste, pero no pudo hacer nada por evitar aquel siniestro tan grave.

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