Éramos jóvenes entonces y, como siempre, parece que fue ayer. Mejor dicho, fue ayer sin duda porque, tal como dejó dicho don Albert, el sabio, lo que llamamos tiempo, y no digamos el espacio, es tan solo un concepto relativo. Cumplidos el domingo los 50 años del siniestro nuclear frente a Palomares, nos enteramos de que es preciso remover toneladas de tierra aún contaminada de radiactividad, problema que creíamos hace tiempo resuelto.

Fue un mal menor entonces porque si hubieran explotado las cuatro bombas atómicas, más potentes que las de Japón, que cayeron tras el choque de dos aviones norteamericanos en la costa de Almería, habría desaparecido la región valenciana, media Andalucía y parte de La Mancha de propina. Total, siete muertos y tres supervivientes que recogió un pesquero.

La información de agencia recibida en mi primer periódico no era muy precisa y durante algún tiempo lo caído eran solo "artefactos". La llamada "Operación Flecha Rota" recuperó en tierra un par de días después tres de los "artefactos", pero no el cuarto. Cosas de la censura de aquel tiempo que ya tenía los días contados.

Como es sabido, gracias a un modesto pescador, "Paco el de la bomba", y ya explicitado el verdadero carácter del siniestro, tras una aparatosa operación que duró tres meses y la atención del mundo entero, la cuarta bomba fue rescatada en el fondo del mar. Vinieron luego los controles de radiactividad, la intervención de productos del campo y el famoso baño en la playa del ministro Fraga, el embajador USA, Biddle Duke, y otros para disipar los temores a la contaminación radiactiva. Todo es historia, ya digo, mas parece que, por lo dicho más arriba, aún inconclusa.

Y decíamos ayer, el 23 de marzo de 1968 en mi periódico de entonces, cuando se daba por resuelto el primer acto con el rescate de la última bomba, que el monstruo estaba allí, como un ánfora nueva, hosco, agazapado, rumiando su fracaso, con cien mil pares de diablos prisioneros? Palomares ya es un pueblo universal que exporta tierra viva, alborotada por contadores Geiger, nuevo Pinar del Río de Berlanga, Guadalix de la Sierra, pueblo de gente humilde que pasará a la historia.

Muy poco después, tres meses apenas, no sé si en relación con todo esto, un pequeño grupo de periodistas españoles fuimos invitados por la Embajada norteamericana en Madrid a unas maniobras de cuatro días en aguas de Córcega. Y allí, a bordo del portaaviones "Saratoga", como he comentado alguna vez, tuvimos el raro privilegio de contemplar una bomba gemela de las de Palomares, dispuesta siempre bajo un Sky-Hawk, en una especie de capilla muy iluminada, con guardia permanente y dispuesta para estar en el aire en cosa de segundos.

Era la guerra fría. Venturosamente, cosa del pasado.