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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Sobre decencia e indecencia

El esperado debate entre el presidente del Gobierno en funciones y el hasta hace unos días jefe de la oposición se inició a una hora, las diez de la noche, absolutamente inconveniente en cualquier otro país europeo. Y concluyó, con su añadido de comentarios y análisis críticos, pasadas las dos de la madrugada, cuando solo permanecen atentos a los medios los insomnes y los desesperados que cuentan sus penas, reales o fingidas, a los locutores de guardia.

En tiempos del anticuado bipartidismo, un debate (como el de ayer) consistía en un apresurado repaso a la acción del gobierno durante la legislatura con abundancia de cifras y exhibición de esquemas y gráficos a los que se atribuía valor de argumento definitivo. Los contendientes permanecían sentados (otra antigualla) a cada lado de la mesa, con un moderador de por medio, y la contienda solo se animaba cuando uno de ellos sacaba a relucir la corrupción en que pudieran haber incurrido militantes del otro partido. En esos casos, era una regla no escrita que la responsabilidad de esos graves sucesos nunca se atribuyese de forma directa al jefe de la tribu adversaria. Todo lo más se le culpaba de no haber sabido elegir a sus colaboradores y de no haber sido diligente en la vigilancia de su comportamiento (o como dirían los antiguos romanos vel in eligendo vel in vigilando). Y como mucho de hacer la vista gorda ante el desafuero y de no tomar medidas para evitarlo en el futuro. Luego, al término del debate bipartidista, los partidarios de uno y de otro candidato se apresuraban a levantar su brazo dándole por vencedor como hacen los asistentes de los boxeadores al término de una pelea muy reñida y cuyo resultado no está claro todavía. Y así transcurría, aburrido y previsible, el debate del lunes por la noche hasta que el candidato del PSOE le dio un sartenazo al candidato del PP. " Si usted gana -le dijo- el coste para la democracia será enorme, porque el presidente debe de ser una persona decente y usted no lo es". El señor Rajoy , visiblemente enojado, respondió "¡Hasta aquí hemos llegado!" y luego pasó a calificar a su oponente de "ruin, mezquino, deleznable y miserable".

No creo que el señor Sánchez gane votos para su causa con ese juicio sobre la pretendida inmoralidad de Rajoy. Ni tampoco que este vaya a mejorar su imagen con el peregrino argumento de que no vino a la política para enriquecerse porque ganaba más dinero ejerciendo su profesión de Registrador de la Propiedad. Si está en la vida pública desde hace más de treinta años es porque le gusta y le conviene. Una actividad, por otra parte, en la que está muy baqueteado y que le permitió lanzar un pronóstico envenenado a su joven adversario advirtiéndole de que va a perder las elecciones. "No tiene importancia -lo consoló- a Felipe González, a Aznar y a mí mismo nos pasó antes de ganar la presidencia del gobierno".

Al margen de estas cuestiones, fue un tanto oportunista la presencia de los candidatos de Podemos y de Ciudadanos en una cadena de televisión al término del debate. Ambos presumieron de no recurrir nunca al insulto en una confrontación con un oponente político. Ojalá resulte cierto.

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