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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los difuntos están de fiesta

Pocos otros países, si alguno, respetan más a los muertos que este viejo Reino de Galicia en el que la Santa Compaña de las ánimas fatiga cada noche los caminos como quien va de fiesta. Festivo es, en efecto, el día de los Fieles Difuntos que cada 2 de noviembre honra a las almas en general y, en particular, a las que penan sus pecados en el Purgatorio.

Las ánimas son en Galicia individuos igual de reales -si bien menos visibles- que los ciudadanos con derecho a voto, de tal modo que siguen formando parte de la comunidad aunque hayan pasado a residir en el más tranquilo ámbito de los cementerios. Algunas de ellas suelen votar incluso desde la emigración de Ultramar cada vez que hay elecciones, lo que prueba hasta qué punto la vida y la muerte son un asunto intercambiable por aquí.

No ha de extrañar, por tanto, que los vivos se ocupen de sus necesidades construyendo petos de ánimas para que a las almas en pena no les falte un euro que gastar en la taberna -o en la discoteca- cuando salen en procesión nocturna.

La antigua Estadea galaica de toda la vida ha pasado a llamarse ahora Halloween en España, pero en el fondo y hasta en la forma se trata de lo mismo. Por más que el influjo de las películas y series norteamericanas haya rebautizado a las ánimas como zombis, la razón última de la fiesta no varía.

A lo sumo, se ha perdido algo de seriedad en el trato a los difuntos. Si se compara con la abundancia y variedad de los espíritus errantes censados en Galicia, el recién llegado Halloween apenas excede la categoría de inocente fiesta infantil de disfraces. Nada que pueda equipararse, desde luego, a la existencia de una "parroquia dos mortos" que aquí convive en términos de perfecta y democrática igualdad con la "parroquia dos vivos", según han observado con no poco asombro los antropólogos que nos visitan.

Tal vez eso explique que la antigua fiesta céltica de Samain, cristianizada por la Iglesia como Día de Difuntos, fuese en tiempos una de las más importantes dentro del atípico calendario pagano de Galicia. El Samain, que los irlandeses exportaron a Estados Unidos, ha regresado ahora desde allá con el nuevo nombre de Halloween; pero en realidad se trata de una costumbre bien conocida ya por estas tierras.

Mucho antes de que se popularizasen las calabazas de Halloween patentadas por los americanos y fabricadas en China, los chavales de la Galicia del pasado siglo las utilizaban para sacarlas en procesión con una vela encendida en su interior. Obtenían así la imagen de una calavera que no asustaba a nadie, aunque sirviese a su propósito de ir casa por casa pidiendo el impuesto revolucionario a los vecinos. El peaje lo cobraban en moneda de dulces para los difuntos y, dado que los muertos son gente de poco comer, parecía lógico que fuesen los propios rapaces quienes dieran cuenta del regalo. No había, eso sí, truco ni trato en la ceremonia.

Por uno de esos giros inesperados en los que abunda la Historia, los ya olvidados ritos de los "calacús" y las procesiones de "caliveras" regresan ahora a Galicia -y a España en general- gracias a los nuevos hábitos que han impuesto las teleseries norteamericanas. Ahora lo llamamos Halloween y da mucho juego para que los góticos luzcan sus mejores galas; pero es más o menos lo mismo. Cosas de difuntos, que están de fiesta.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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