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De vuelta y media

El colegio de Hernán

La Escuela Nueva fue el centro más reputado de su tiempo en Pontevedra, donde las familias monárquicas confiaron la educación de sus hijos a un maestro republicano

La Escuela Nueva fue un centro de leyenda que ocupa por su labor educacional un lugar destacado en el cuadro de honor de los mejores colegios que impartieron sus clases en esta Boa Vila.

El colegio de Hernán, como fue conocido familiarmente en su tiempo, aportó un soplo de modernidad a la enseñanza durante la Dictadura de Primo de Rivera y alcanzó su zenit en la República que llegó después.

Su prestigio fue tan grande que se convirtió en el centro más reputado, incluso por delante del Colegio Políglota Mercantil de los Hermanos Maristas en Campolongo, y terminó por obrar casi un milagro: conseguir que las familias pontevedresas más tradicionales, conservadoras y monárquicas confiaran la educación de sus tiernos vástagos a un maestro republicano de pro, Hernán Poza Juncal.

Además del colegio de los maristas, estaban el colegio Balmes, Colegio X, Colegio Modelo de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús, Colegio de las Madres Doroteas y el Colegio Sagrado Corazón de Placeres, junto con un sinfín de pasantías menores. Todos estos centros impartían sus enseñanzas en la ciudad a mediados de los años veinte cuando Hernán Poza anunció la apertura de su Escuela Nueva.

La competencia no podía ser más numerosa, fuerte y variopinta, pero eso no arrendó en absoluto a aquel maestro totalmente convencido de su renovador método pedagógico. El máximo respeto y la plena adaptación a la personalidad del niño encabezaba su original ideario.

"A los hombres como a los niños -escribió-, a los maestros como a los discípulos, hay que dotarlos de la máxima libertad para poderles exigir más tarde toda la responsabilidad"

A mediados de septiembre de 1926, Hernán Poza Juncal presentó así su colegio para alumnos de primera enseñanza: "A partir del 1 de octubre comenzará la Escuela Nueva sus tareas escolares con arreglo a los modernos sistemas de educación y enseñanza en el espléndido primer piso de la casa número 31 de la calle Manuel Quiroga".

Su agresiva publicidad en primera página de la prensa local añadía con toda intención que "entre otras asignaturas se impartirán: Religión y Moral, Historia Sagrada, Catecismo, Aritmética, Geometría, Geografía, Historia, Gramática, etcétera". La Religión lo primero para no espantar a nadie.

Cuando empezó a volar alto la Escuela Nueva se estableció en el número 9 de la plaza del Teucro, que pasó a convertirse en su sede de referencia desde 1929. Y cuando creció su "pensión en familia", el nuevo internado pasó a ubicarse en la primera planta del número 10 de la calle Sagasta.

El centro creció rápido y no solo impartía para entonces primera y segunda enseñanza, sino también estudios de comercio, clases de mecanografía y taquigrafía, prácticas de Magisterio, idiomas, música y dibujo. El plantel educativo estaba integrado por diez profesores, a saber:

José Rodríguez Pérez, licenciado en Derecho; Pedro Seoane López, doctor en Medicina; Jorge Vázquez Fernández, licenciado en Sagrada Teología; Claudio Palmero Labrador, capitán de Infantería y ayudante industrial; Álvaro Pintos Fonseca, contable de la Diputación; José Ferro Pesqueira, maestro bachiller; Evaristo Mosquera Martínez, profesor de Taquigrafía y Mecanografía; Antonio Núñez García, profesor de Música; Octavio Pintos Lois, profesor de Idiomas, y Calixto Belaustegui Mas, oficial de Prisiones.

Este profesorado cambió bastante a lo largo de la primera mitad de los años treinta, hasta el punto de que seis años después no quedaba ninguno; se había producido una renovación total. Allí también impartieron clases desde el hacendista Alexandro Bóveda Iglesias, hasta el capitán Leonardo Enríquez Rozas, pasando por el músico Agustín Estévez Vieira o la francesa René Petitsigne. Solo la figura del director permaneció inmutable, al igual que su método pedagógico basado en la tolerancia y la comprensión.

Hernán Poza era la antítesis de su competidor más pertinaz, don Gerardo Santos. Frente a la seriedad y el respeto que imponía el director del Colegio Balmes con su poblado mostacho de poderosas guías, su colega de la Escuela Nueva era la afabilidad y la cercanía.

Hernán de "tú", sin el "don", era el trato establecido con su alumnado. Chicas y chicos juntos y revueltos para alborozo de todos. Pero siempre dentro de un orden y con arreglo al reglamento que estaba a disposición de todos los padres.

El momento más dulce de la Escuela Nueva se produjo en el curso 31-32 a cuento de la adaptación e implantación del plan de estudios del Instituto Escuela de Madrid. Ningún otro centro de Galicia consiguió tal logro.

Sus magníficos resultados se vieron avalados por los brillantes ejercicios que sus alumnos realizaron en el Instituto de Pontevedra al finalizar aquel año escolar. Hernán se dio cuenta de que había ganado su arriesgado órdago y no dudó en sacar pecho.

Entonces publicó un gran anuncio en la prensa local con los nombres y apellidos del casi centenar y medio de alumnos que agrupaba el centro (exactamente 144), a fin de espolear nuevas incorporaciones de cara al curso siguiente 32-33.

"La relación de niñas y niños matriculados en la Escuela Nueva durante el curso 1931-32 es la prueba más elocuente de la estimación de que es objeto por parte de las numerosísimas y distinguidas familias que le honran al confiarle la educación e instrucción de sus hijos".

Un genio de la publicidad no lo habría hecho mejor. Allí estaban al completo los hijos de familias muy reputadas:

Conchita, Amelia, Fernanda, Antonio, Luis y Pilar Sobrino Souto. Pilar, Cristina, Juan Luís, José, Roberto, Javier Bermúdez de Castro Ozores. Emilucha, Conchita, Jacobo y José Varela Feijóo. Miguel, Mercedes, Albina y Joaquín Losada Espinosa. Manolo, José Luís y Jaime Peláez Casalderrey.. Margarita, Pilar y Carmen Casalderrey García. Pío y Gonzalo Cabanillas Gallas. Lourdes y Juan Antonio Gallástegui Unamuno, etc.

A todos estos hermanos se sumaban de forma individual otros alumnos de apellidos igualmente sonoros como Raimundo Riestra del Moral, Gonzalo Velasco Garrido, Rafael Landín Carrasco, Antonio Puig Sanmartín, Vicente Vázquez Lescaille, Gonzalo Hevia Álvarez-Quiñones y otros muchos.

Aquella página resultó un torpedo en la línea de flotación de la competencia. Encima el boca a boca, tanto entre los hijos como entre los padres, había funcionado plenamente y quien más quien menos, todos querían ir al colegio de Hernán. Su historia fue muy bonita mientras duró.

Tras la Guerra Civil y con Hernán Poza Juncal exilado para no volver, la Escuela Nueva se convirtió en el germen del Colegio Inmaculada Concepción, con Blas Arias Cortiña como hilo umbilical. Pero esa es otra historia que contaremos la próxima semana.

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