Al calor de la así llamada corrupción -que no es tanta medida con criterios de la OCDE- parte de la opinión pública española afirma, sin matices ni ambages, que el Estado democrático perece bajo la potencia de fuerzas que lo corrompen. Una de las fuerzas corruptoras más frecuentemente señaladas es la del sector financiero que opera, se supone, en simbiosis con los políticos. Sin embargo, consideraciones tan pedestres no dejan de ser simplismos de barra de bar y los demagogos que cabalgan ese estado de ánimo son asimismo espíritus simplistas u oportunistas irresponsables. Aunque algunos prefieran dictaduras de izquierdas o derechas, tanto el Estado democrático como el sector financiero cumplen bastante eficazmente su papel, en el sistema de economía de mercado, lo cual no impide que sean perfectibles.

Por qué es tan poderosa la finanza

En los países occidentales, hasta casi finales del siglo XX el Estado tomó parte activa en la provisión de bienes públicos y participó en el lanzamiento del sector privado. Hoy día, el coste de algunas inversiones no es asumible por el Estado cuyos limitados recursos deben arbitrarse entre distintas urgencias.

El coste de una fábrica de circuitos integrados de nueva generación alcanza miles o decenas de miles de millones de euros. En comparación, una fábrica de automóviles se levanta con algunos cientos de millones. Solo hay en el mundo 17 empresas que fabriquen circuitos miniaturizados de menos de 32 nanómetros (6 en EE UU, 4 en Taiwán, 2 en Europa, etc.). Una fábrica de circuitos miniaturizados sobrepasa la capacidad de cualquier inversor y requiere la participación de multitud de ahorradores perfectamente coordinados. Esta coordinación la lleva a cabo el sector financiero. Así, el coste de no pocas empresas -sin las cuales no sería concebible el bienestar material que disfrutamos- explica el poder de la finanza. Este poder puede parecer excesivo pero las críticas -por justificadas que estén- carecerán de alcance mientras no inventemos nuevos métodos de coordinación del ahorro que se revelen más eficaces.

Honradez y cultura profesional

Ahora bien, es razonable preguntarse si la acción predatoria del sector financiero proviene de una condición intrínseca que imprime inevitablemente cierto carácter abusivo a sus agentes o es la propia naturaleza tramposa de traders y demás financistas lo que les impulsa a expoliar a la sociedad. Tres investigadores (Maréchal, Fehr y Cohn) han publicado un artículo (Nature, noviembre 2014) que responde en parte a la pregunta. La conclusión a la que llegan los investigadores es que, en el caso general, no se puede afirmar que traders y otros agentes de la finanza sean poco honrados por naturaleza sino que la condición profesional los lleva a hacer trampas con mayor frecuencia (probada con varios tests relativamente fiables) que lo que cabría esperar de personas normalmente honradas. Quiere decirse, la cultura profesional del sector financiero estimula trampas y fraudes. Por tanto, el Estado debe regular estrictamente la finanza para que la cultura profesional del sector no malee a personas que en principio son tan honradas como las demás.

No seamos hipócritas, empero, no hay ninguna razón para pensar que solo financistas y políticos hacen trampas, sobornan, defraudan. Otros colectivos profesionales con gran poder justificado por su utilidad -como la finanza para levantar una fábrica de microprocesadores- verbigracia, jueces, periodistas, médicos, profesores, etc., quizás tampoco saliesen bien parados de ser sometidos a investigaciones científicas de calado. Especialmente, si en lugar de focalizar los tests en la honradez se auscultase alternativamente la honestidad, sabedores que -Salvador de Madariaga dixit y recordó posteriormente Fernando Lázaro Carreter- la honradez es la buena conducta de cintura arriba y la honestidad de cintura abajo.

Honradez y cableado cerebral

Ciertamente, hay razones para el optimismo: el cableado cerebral de las personas sanas está diseñado de tal forma que privilegia la honradez. En efecto, de los tres sistemas cognitivos -heurístico, algorítmico e inhibidor- el sistema inhibidor intensifica la actividad algorítmica, la más racional del ser humano y la que le procura mayores recompensas, al inhibir o sofrenar los automatismos primitivos, ancestrales, del sistema heurístico. Gracias a imágenes por resonancia magnética nuclear (IRM o NMRI, por sus siglas en inglés) se ha probado que dicha capacidad de inhibir se sitúa en la corteza prefrontal ventromedial (Ventromedial prefrontal cortex).

Con estos precedentes, un equipo de investigadores de la Universidad de Virginia (L. Zhu y al., Nature Neuroscience, próxima publicación) sugiere que la honradez depende del buen estado funcional de la corteza prefrontal ventromedial. La honradez sería consecuencia de la inhibición o embridado de pulsiones del sistema heurístico. Habida cuenta que la estructura de la corteza prefrontal ventromedial se implica en el control de deseos pulsionales, si sufre alguna alteración o daño -por ejemplo, la ruptura de vasos sanguíneos- el sujeto desarrolla comportamientos que tienden a la mentira, el fraude, la ocultación, las trampas. Esencialmente, residuos de cualidades instintivas de sobrevivencia, en las épocas primitivas, legadas por la evolución via el sistema heurístico. Dicho de otra forma, nuestros ancestros primitivos no eran honrados. Es de consuno cierto que el miedo a la sanción estimula la inhibición; la necesidad, estimula la desinhibición.

Los investigadores formaron un equipo de vendedores sanos junto con enfermos, es decir, que sufrían deterioro de la zona cerebral implicada. El test consistió en vender productos con algún defecto o vicio de fabricación. Prácticamente, todos los vendedores sanos informaron a los eventuales compradores de los defectos. Por el contrario, los enfermos, amparados en la impunidad y sin miedo a sanciones, los ocultaron. En conclusión, cuando la corteza prefrontal ventromedial está dañada, el sujeto, no expuesto a sanciones, no se comporta honradamente porque se desinhibe cual cavernícola y rompe las reglas sociales o morales en beneficio propio. En cierta medida, se trata de individuos irrecuperables.

No obstante, sin que la corteza prefrontal ventromedial esté dañada se observan también condicionantes que pueden llevar a la desinhibición. En algunos casos, los tramposos y defraudadores son narcisistas que consideran que normas y leyes se aplican exclusivamente a los demás, ellos pueden transgredirlas. Por otra parte, si el poder que tiene una persona en el seno de una institución es grande tiende a anular el miedo a ser descubierto sobre todo si la recompensa por violar la legalidad es alta y la sanción moderada. Cuando alguien se siente poderoso (todos lo somos en alguna circunstancia) sufre relajamiento de frenos a la desinhibición.

Respeto de las reglas y miedo a las sanciones corresponden a dos estadios del desarrollo moral llamados respectivamente convencional y pre-convencional. El tercer estadio, post-convencional, surge de convenciones morales amplias -la empatía o la preocupación por el bien colectivo- pero para que sean un freno a la desinhibición de los poderosos, raramente de los narcisistas, deben anclarse muy profundamente y constituir una convicción o imperativo moral insobornable.

Los grandes altruistas tienen un cerebro diferente

El auténtico altruista es el que se entrega a actos de generosidad que conllevan algún coste -en patrimonio, salud, bienestar, etc.,- sin esperar recompensa, lo que impone un total anonimato. Estos fascinantes personajes son escasísimos y dejan dubitativos a los sicólogos que explican el altruismo porque en última instancia genera beneficios para el sujeto.

Después de una larga encuesta, un equipo de investigación de Washington encontró 19 altruistas extremos. Todos con perfecta salud, y sin dificultades personales especiales ni problemas síquicos, habían donado anónimamente un riñón en doble ciego, ni los donantes conocían a los receptores ni estos a sus benefactores. Los investigadores (A. A. Marsh y al., en PNAS, próxima publicación) estudiaron el cerebro de esos altruistas extremos y encontraron que tenían la amígdala cerebral muy desarrollada en relación a la media de la población.

La amígdala cerebral es un centro neuronal particularmente implicado en la percepción de emociones tales el miedo y la angustia. En los sicópatas la amígdala está frecuentemente atrofiada lo que querría decir que no perciben claramente el sufrimiento en sus víctimas y les hace comportarse sin la mínima piedad. Inversamente, una amígdala cerebral hipertrofiada podría ser la condición de una sensibilidad exacerbada frente al sufrimiento de los demás.

El político perfecto sería bicéfalo

No me extrañaría que algún día los candidatos a la finanza, la política, la judicatura, la enseñanza, el periodismo, etc., tuviesen que probar que no sufren alteración alguna de la corteza prefrontal ventromedial. No sería suficiente para garantizar que no harían trampas -debido al narcisismo o la certidumbre individual de que su poder impedirá que sea descubierto y sancionado- pero algo es algo. Yendo más lejos en el adanismo, también se les podría exigir a los candidatos a altas responsabilidades políticas que mostrasen un informe técnico de la amígdala cerebral.

Es dudoso, diga lo que se diga, que un Estado democrático, en el que el poder ejecutivo no es autocrático, estuviese mejor dirigido por un político altruista extremo que por un sicópata. El sicópata quizás no tuviese la mínima piedad para con el sufrimiento de las minorías más débiles -dentro de los límites que permite la democracia- pero el gobernante altruista incidiría en la sobreprotección de minorías que la mayoría podría considerar como desplazada, inadecuada y generadora de comportamientos socialmente parasitarios. El gobernante altruista podría caer en una especie de prodigalidad nefasta para el conjunto de la sociedad. Para evitar sufrimientos, por pequeños que fuesen, el gobernante altruista pondría en libertad a todos los presos; repartiría el presupuesto entre países subdesarrollados; prohibiría comer carne o pescado para que no sufriesen los animales o abriría las fronteras sin restricción alguna a todos los parias de la tierra, que son unos cuantos, la verdad.

En realidad, el político perfecto debería ser altruista (asumiendo el sacrificio por la especie) al tiempo que sicópata (alcanzando objetivos mayoritariamente deseables, indiferente a la exteriorización del descontento de quienes salen perdiendo en el viaje) Es decir, un monstruo bicéfalo. Lo que no debe un político, en ningún caso, es ser un demagogo de barra de bar que pretende resolver todo con unos cuantos simplismos.

*Economista y matemático

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