Según una encuesta publicada por El Periódico de Cataluña, el 45% de los catalanes cree que una Cataluña independiente seguiría dentro de la zona euro; el 43% cree que el Barça seguiría jugando en la Liga española; el 41%, piensa que la lengua española seguiría siendo co-oficial y el 68% de catalanes están convencidos que quien quiera podrá mantener la nacionalidad española.

Así es la historia del fraude gigantesco perpetrado por los líderes independentistas (saben muy bien que nada de eso es cierto, pero sus votantes, no) y del fracaso total de los españoles (que hasta muy recientemente no han movido un dedo por dejar las cosas claras)

Ese ambiente de manipulación y mentira ampara a Artur Mas para que siga con sus enredos proponiendo una hoja de ruta de corte esloveno, o algo por el estilo, en aras de que Cataluña sea independiente en un par de años. Ante tal propuesta, van floreciendo respuestas más o menos exóticas, como la de elaborar una nueva Constitución que calme las reclamaciones independentistas.

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Parecidas soluciones las escuchamos cansinamente durante años, provenientes de quienes querían arreglar el conflicto vasco a base de paños calientes. De haberles hecho caso, ETA seguiría hoy con sus atrocidades. El Estado se limitó entonces a aplicar la ley y tanto el órdago de Ibarretxe como el de ETA se fueron al garete.

| El tigre de papel independentista. En España, el independentismo es, como diría Mao, un tigre de papel y arde muy bien cuando se le planta cara con la ley en la mano sin necesidad de intervención militar en Cataluña.

Los independentistas catalanes siempre apuntan por elevación. Y, sabedores que ningún Gobierno les concederá la independencia, fuerzan la máquina contando con los parabienes de una izquierda zombi que les ayude a conseguir algunas reivindicaciones en el corto plazo para afianzarse y subir otro peldaño hacia la meta final. Por ejemplo: el derecho a organizar legalmente referéndums, el blindaje de la especificidad histórica y cultural via competencias lingüísticas absolutas, el reconocimiento de Cataluña como nación y una reforma de la financiación que consistiría, más o menos, en dotar a Cataluña de Hacienda propia. En total, un federalismo asimétrico que en lugar de eliminar los privilegios (Navarra y País Vasco) los amplíe.

| Amenazante choque de trenes. Sobra decir que al independentismo no se le contenta jamás. Antes o después, incluso con una Constitución y un Estatut hechos a su medida volverían a la carga con el chantaje habitual: o nos dais esto también o nos largamos. Llegado el momento, no sabemos qué más habría que darles pero no queda excluido que acabaran llevándose el Museo del Prado, la Alhambra y la catedral de Santiago para Cataluña en pago de la deuda histórica.

A estas alturas, pocos dudan que los independentistas catalanes son insaciables y piensan, además, que España está poblada por seres racialmente inferiores. Aunque muchos descendientes de charnegos han sucumbido al clima de amedrentamiento social (el español es la lengua de las criadas, por ejemplo) y a la presión política del entorno abrazando la sinrazón independentista.

Los independentistas más lúcidos reconocen en privado que Cataluña no tiene medios para autosegregarse ni aliados extranjeros de suficiente peso que la apoyen. Pero amenazan con recurrir a una declaración unilateral de independencia que, según ellos, conduciría a un choque de trenes de funestas consecuencias para España. Sin embargo, el choque de trenes lleva veinte años sobrevolándonos a todos sin que haya afectado a la calidad de vida del resto de los españoles pero sí a la calidad de vida de los catalanes en general aunque algunos obtengan beneficios de esa tensión. Los perversos efectos económicos del órdago nacionalista operan desde hace ya algún tiempo y en caso de continuar la tensión Cataluña podría convertirse en una región depauperada. A nadie se le oculta, verbigracia, que cada dos por tres se marcha una empresa; otras, como Volkswagen, congelan sus inversiones y muchas dudan en implantarse ante la incertidumbre política.

| Fronteras políticas con España y la UE-28.En tratándose de las fronteras políticas de nuevo cuño de Cataluña con el resto de España, en caso de independencia, los efectos deben medirse, particularmente, por el así llamado efecto frontera y por la deslocalización de empresas enclavadas en Cataluña pero cuyo mercado objetivo es el español. En tratándose del cambio de naturaleza de las fronteras catalanas con el resto del mundo los efectos deben medirse por la expulsión inmediata de la zona euro en tanto parte autosegregada de un Estado miembro. La salida de la zona euro tendría costes inasumibles para Cataluña en el corto y medio plazo quizás irreversibles por perder las ventajas de los rendimientos crecientes del mercado único entrando en una trayectoria condicionada (Path Dependence)

A pesar de los movimientos de regionalización y de liberación multilateral del comercio internacional la existencia de fronteras políticas representa siempre una fuente importante de reducciones de flujos comerciales independientemente de cualquier tipo de boicot de los consumidores de un país respecto a los productos del otro. En el seno de la UE-28 en la cual no hay aduanas ni otras barreras al intercambio de bienes y servicios entre países, las regiones francesas, por ejemplo, comercian entre sí ocho veces más que con el resto de los países del mercado único (excepcionalmente, Alsacia dirige el 40% de sus exportaciones a Alemania pero es debido a las empresas alemanas instaladas en territorio alsaciano) Esto es, las fronteras cuentan.

Por ello, empresas europeas de la UE-28 -zona económica liberalizada a ultranza- se desplazan al país vecino buscando la proximidad del mercado interior. Dicho efecto frontera no existe sin embargo en el interior de España: las empresas catalanas o asentadas en Cataluña no se deslocalizan a Galicia para acercarse al mercado gallego puesto que lo consideran integrado en su propio mercado nacional. Pero las empresas francesas sí se han implantado en Cataluña para acceder al mercado español evitando el efecto frontera. De consuno, Cataluña exporta a Francia entre un quinto y un sexto de lo que exporta al resto de España a pesar de presentar un mercado potencialmente mucho más amplio que el español.

| Comercio exterior de Cataluña. España absorbe casi la mitad de las exportaciones catalanas y Cataluña importa menos del 6% de las exportaciones españolas. Por tanto, la dependencia de la economía catalana respecto al mercado español es total, su pérdida, aunque fuere parcial, le resultaría económicamente dañina.

Por el efecto frontera, la exportación a España de una hipotética Cataluña independizada representaría solo del 50% al 60% de lo que exporta hoy. Si además se suman los efectos del posible boicot para sus productos, la exportación no pasaría del 20% ó el 30% de lo que representa en la actualidad. Sin tener en cuenta aranceles ni tipo de cambio. Ello supondría un enorme desplome de la producción generando un desempleo desquiciante.

No existe la menor duda que Cataluña tendría dificultades para hacer frente a los subsidios de paro y a las pensiones (el 22% de los hogares catalanes viven gracias a un pensionista) Todo ello sin contar el impacto negativo de las empresas que se deslocalizarían, saliendo de Cataluña hacia al resto de España buscando nuestro mercado interior y la competencia que esas empresas harían a las empresas catalanas en el exterior. A todo lo cual hay que sumar el colapso del comercio en la propia Cataluña por la caída del PIB interior. Finalmente, el excedente de la balanza de bienes y servicios catalana (aproximadamente 10.000 millones de euros) se convertiría en déficit pues las ventas a España (que le generaron en 2013 un superávit de 19.000 millones de euros) ya no compensarían el déficit actual catalán en sus transacciones con el resto del mundo (algo más de 8.000 millones de euros) Para compensar la falta de ahorro provocado por el déficit, los catalanes deberían disminuir el consumo o endeudarse a tipos mucho más elevados que los actuales.

| Efectos de la salida del euro. Los efectos de la salida del euro afectarían fundamentalmente al sistema financiero catalán y asimismo provocaría problemas arancelarios y fuga de empresas y capitales.

¿Qué soluciones monetarias debe contemplar una eventual Cataluña independizada? En primer lugar, podría seguir utilizando el euro por su cuenta y riesgo pero los bancos catalanes no tendrían garante solvente de rescate ni prestamista en última instancia puesto que no podrían contar con el BCE.

Otra solución consistiría en que Cataluña tuviese una moneda indiciada respecto al euro como Dinamarca. En tal caso, necesitaría importantes reservas de divisas para hacer frente a eventuales ataques especulativos. Objetivo difícilmente alcanzable con una balanza comercial deficitaria salvo a aumentar desmesuradamente los tipos de interés para atraer capitales.

En esas condiciones, el sistema financiero catalán, al no poder recurrir al BCE, dependería del mercado interbancario. Frente a expectativa tan incierta, la Caixa y el Sabadell, por ejemplo, tendrían que trasladar sus sedes a España, que es hoy su principal mercado. A lo que habría que añadir una fuga de depósitos de las entidades bancarias establecidas en Cataluña (Flight-to-quality).

| Conclusión. Se podrían aportar muchos más elementos probando los efectos económicamente perversos de la independencia de Cataluña, pero los ya citados son más que suficientes. De ello se deduce que si la independencia se sigue reclamando se hará, y se hace, desde una posición sentimental o sospechosamente racial (somos los mejores y no volamos como las águilas porque nos alicorta Madrid) pero la pretensión independentista no se tiene en pie bajo un enfoque racional.

Juan José R. Calaza es economista y matemático

Joaquín Leguina Herrán es Estadístico Superior del Estado