Pasado el protagonismo de la Casa Real (con abdicaciones, proclamaciones y procesamientos judiciales), la cotidianidad ha vuelto con la incipiente mejora económica, los inacabables casos de corrupción (Magdalena Álvarez, SICAV) y un actor que se ha impulsado casi de la nada hasta convertirse en la principal amenaza del sistema de 1978: Pablo Iglesias, líder de Podemos.

La pregunta que se hacen la opinión pública y los partidos del sistema es la misma: ¿flor de un día o ha venido para quedarse? Según Belén Barreiro, exresponsable del CIS, la aparición de Iglesias no es pasajera. El malestar que ha incubado la crisis se ha traducido en un rechazo al bipartidismo y se está reflejando, en las encuestas, en un castigo mayor hacia la formación que representaba la alternativa de centro-izquierda (el PSOE). Tras mayo de 2010 (con la bajada de sueldo de los funcionarios), el socialismo ha perdido credibilidad para recoger las demandas de una población que, como afirma Barreiro, se mueve mayoritariamente en el ámbito de la izquierda moderada.

En ese sentido, la formación de Iglesias recoge esa insatisfacción y también ha sabido encarnar una nueva división: la de lo nuevo frente a lo establecido, el status quo inmovilista y dañado por la corrupción. Por ello, la excesiva rapidez para lograr el aforamiento del rey emérito o la negativa a realizar cambios constitucionales (hasta en ese punto ha sido hábil Iglesias, mostrándose a favor del referéndum catalán, aunque expresando su deseo que los catalanes sigan en España) llevan a un escenario a la griega en 2015: con el PP apelando a la unidad patria, la mejora económica y la amenaza "chavista" de Iglesias, mientras este pega bocados en todas las formaciones de izquierda (e incluso en el electorado de centro) para erigirse como alternativa. Habrá que abrocharse los cinturones.