En paralelo con el ritual preceptivo, la sucesión monárquica está desplegando una gran operación de imagen. Quienes la han diseñado conocen los registros de seguro impacto y estimulación empática de la mayoría social no ideologizada. Un sondeo revelaría ahora importantes subidas en la aceptación del sistema y en el apoyo al nuevo rey, tal vez mayor que el de Juan Carlos I en sus mejores momentos. Los expertos han previsto el valor del espectáculo en la recarga emocional de la popularidad, sin vacilar ante posibles excesos. Difundir la proclamación de Felipe VI y todo lo que la rodea proyecta una imagen impensable en la toma de posesión de un jefe de Estado republicano, pero visibiliza la escenografía monárquica que aún sigue impresionando, tal vez dulcificada por la cercanía y los gestos familiares. Pero en la medida en que el nuevo titular desee efectivamente "una monarquía renovada para un tiempo nuevo", no sobraría un grado más de horizontalidad. Lo que sobran son ciertas pompas, cabezadas y genuflexiones incompatibles con el tiempo nuevo.

Es una pena que la "poda" ceremonial, no justificada en detalles como el de la ausencia de jefes de estado amigos, haya preservado otros simplemente intempestivos. Ello no obstante, la significativa renta de este recomienzo puede ser efímera. Administrar eficientemente el capital de imagen dependerá de la prudencia, el tesón y la influencia con que, desde su esfera constitucional, pueda el Rey cooperar en los objetivos de su discurso institucional. Además del homenaje a la ciudadanía, a las víctimas del terrorismo y a sus padres, los pronunciamientos por la convivencia en libertad, la unidad y la permanencia del Estado, el respeto a la diversidad, la legitimidad de todas las lenguas de España, la integridad y la transparencia, la prioridad del empleo, la esperanza de los jóvenes, los derechos de las mujeres, el fortalecimiento de la cultura democrática, la fe en Europa como asunto interno, la más amplia amistad internacional, la innovación científica y tecnológica y demás conceptos enunciados, forman la agenda que se impone Felipe VI para edificar el futuro.

Conceptos, en suma, que, al igual que el nombre de Dios, no deben pronunciares en vano a la manera de ciertos políticos. Son compromisos a cumplir por los poderes del Estado que él titulariza, sin amparar en ningún caso desviaciones u olvidos. Su cita de Cervantes, "No es un hombre más que otro si no hace más que otros", le señala incuestionablemente. Pero también apunta al sistema de estado que representa, pues ha de demostrar que la monarquía está en condiciones de hacer tanto o más que la república. La ola de imagen puede bajar, mantenerse, o crecer. Lo importante es que sea algo más que imagen, mucho más. Lo fue en la mayor parte del reinado antecesor y es deseable que lo mejore en todos y cada uno de sus actos quien, desde ayer, conjuga primordialmente los criterios de presente y de futuro.