Los resultados de las recientes elecciones europeas en España inciden de manera especial en algunos de los cambios que, ya tras las elecciones generales de 2011, se habían producido en nuestro sistema político, a saber, una alta fragmentación electoral y un tipo de competición política centrífuga, en la que los electores se alejan de las posiciones más centradas. Es evidente que el grave contexto de crisis económica y los numerosos casos de corrupción, se encuentran entre las razones que explican el desapego de los ciudadanos con una clase política incapaz de dar soluciones a los problemas más urgentes. Pero también es cierto que necesitamos de un cierto sosiego y de un análisis más profundo y pausado para entender algunas de las claves que esconden estos resultados.

En primer lugar, no podemos obviar que las elecciones europeas son aquellas en las que el resultado es más proporcional y por ello se maximiza el valor del voto a los pequeños partidos. Y también es cierto, como se ha dicho repetidamente, que para los electores no dejan de ser unas elecciones de segundo nivel y que esto les permite hacer de su voto una expresión más definida de sus actuales preferencias políticas. De tal modo que se pueda entender que el desencanto lleve a algunos electores, que no quieren quedarse en casa, y están enfadados con los partidos con los que se identifican habitualmente, a "refugiarse" en los pequeños o en los nuevos partidos.

Y aunque lo que decimos pueda servir de explicación general de los ocurrido con todos los partidos, la irrupción de Podemos en el escenario político nacional como la cuarta fuerza política, con 5 escaños y 1.250.000 votos, merece algún comentario específico, no sólo por ser una organización de reciente creación sino también, por el origen mediático de su líder. Frente al extraordinario empeño en exaltar la fuerza de las redes sociales, el éxito de Podemos habla de la potencia de los medios tradicionales frente a las redes sociales, habla de la movilización de sectores desmovilizados y habla de que para explotar el discurso de la desafección, son más creíbles los verdaderos desafectos (llámense indignados o de cualquier otra forma) que los desafectos por interés (llámense UPyD o de cualquier otra forma).

Lo que reflejan estos resultados, además del conocido desgaste del partido de gobierno, es la dispersión del voto de izquierda alrededor de un conjunto de siglas más grandes o más pequeñas, pero todas incapaces de generar juntas o por separado una alternativa al principal partido de la derecha. Y en la misma dirección, lo que también reflejan estas elecciones es la ausencia de un referente claro en la izquierda política española, tan propicia a la fragmentación y a circular por vías paralelas.

Se ha escrito mucho estos días acerca del fin del bipartidismo, del inicio de un nuevo ciclo político o de la "manida" crisis sistémica, como si la competición se fuera a hacer a partir de ahora definitivamente centrífuga, como si los ciudadanos fuéramos a vivir definitivamente cabreados con la política, como si el "piove, porco governo" se fuera a instalar definitivamente como nuestro modelo de ciudadanía.

Cualquier cosa puede suceder si los políticos siguen sin tomárselo en serio, si los partidos no son capaces de luchar contra las oligarquías (que diría Michels) que las controlan durante décadas, y si seguimos creyendo que basta esperar una ola buena para llegar al poder. Si algún mensaje han enviado los ciudadanos a los partidos en estas últimas elecciones es la importancia del liderazgo, porque las ideas no transitan solas por la política, lo hacen a través de líderes, y mucho más en este mundo mediático. La falta de un liderazgo claro en el socialismo, hacia dentro del partido y hacia fuera, genera confusión (y hartazgo) en unos votantes que buscan otras alternativas políticas.

A falta de una encuesta postelectoral que nos proporcione información acerca de lo que ha pasado realmente en esta elecciones europeas, es decir, de dónde vienen los votantes de estos pequeños partidos, a dónde han ido los votantes de los partidos tradicionales, el éxito de Podemos y de otras formaciones similares, (en Galicia, tenemos otra experiencia reciente de combinar siglas nuevas con liderazgo fuerte, AGE) bien puede interpretarse como la necesidad de encontrar un mensaje y una cara que ponga rostro a un discurso alternativo al del Gobierno Popular y al de los grandes partidos en general.

Mientras los nuevos partidos se enfrentan al reto primordial de articular una organización que garantice su implantación a lo largo del territorio y ordene su funcionamiento, un partido histórico como el PSOE debe afrontar el relevo en la dirección del partido, un relevo orgánico que, a su vez, garantice una solución de liderazgo a sus electores. En ambos casos, la organización juega un papel fundamental en algo tan importante como el reclutamiento y la selección de los líderes; de ellos depende el futuro de las organizaciones de partido y el futuro de las instituciones políticas, y a ellos les encomendamos la difícil tarea de representarnos. Quizás por todo eso, partidos y electores deberíamos buscar siempre a los mejores.

Los ciudadanos tienen poderosas razones para estar enfadados con la política y exigen grandes cambios y mayores desafíos. O los partidos tradicionales ofrecen nuevas alternativas, o serán los ciudadanos los que se refugien en los nuevos partidos.