En la cafetería del college americano donde yo trabajaba hace más o menos dos años, había un hombre mayor, negro, que limpiaba las mesas y recogías las bandejas, y que también tenía que limpiar los servicios de la cafetería. Era un tipo muy alto y grandote, y debía de pesar mucho, y yo lo veía moverse con dificultad entre las mesas, recogiendo las bandejas y tirando las sobras, y a veces hablando solo, porque ese hombre solía hablar solo cuando pasaba con el mocho y el cubo de agua (por alguna extraña razón, la civilizadísima América aún no conoce las fregonas). A eso de las dos, cuando la gente terminaba de comer, aquel hombre se sentaba en el patio a fumarse un cigarrito con otro empleado de su misma edad. Los dos hablaban de béisbol, de caza, de coches, a veces de mujeres, y de vez en cuando soltaban grandes risotadas que se oían desde muy lejos y que a veces hasta espantaban a los cuervos.

A aquel empleado le faltaba poco para jubilarse, e imagino que una gran parte de su vida la pasó limpiando mesas y pasando el mocho por los servicios, y si no fue en aquel mismo college, fue en fábricas o en centros del ejército o en los otros lugares donde encontró trabajo a lo largo de su vida. Oí decir que cuando era joven había jugado al baloncesto, pero se ve que la cosa no cuajó y que su vida no fue como a él le hubiera gustado que fuese. A los 63 ó 64 años tenía que conformarse con aquel trabajo en la cafetería. Supongo que no era feliz, pero quizá pensaba que con haber llegado adonde había llegado ya había hecho mucho. Es probable que muchos de sus vecinos de barrio hubieran muerto cuando eran muy jóvenes, en una pelea o en un atraco o metiéndose un pico de heroína adulterada. Y otros muchos podían ser vagabundos que dormían bajo un puente y que estaban destinados a ser enterrados en una fosa común, en esos lugares que en América llaman "el campo del alfarero" (una de las mejores canciones de Tom Waits se llama así). Y aquel hombre sabía -imagino- que le había tocado vivir en un sitio donde nadie le regalaba nada a nadie. Mala suerte. Pero cuando se fumaba el cigarrito con su amigo, en las pausas del trabajo, y hablaba de coches y de béisbol, todavía le quedaban fuerzas para que sus carcajadas ahuyentaran a los cuervos.

Hace medio año, un joven valenciano que vivía en Londres trabajando en una cafetería escribió en su cuenta de tuiter esta frase: "Tengo dos carreras y un máster y limpio WC's". A los pocos días, el tuit de este joven que se quejaba de su vida se convirtió en viral, como se dice ahora, y de la noche a la mañana el joven se convirtió en un "icono de la Generación Perdida española" -uso el mismo vocabulario periodístico-, y fue entrevistado por emisoras de radio y cadenas de televisión, y hasta el Financial Times escribió un artículo sobre él. Hasta hoy mismo, este tuit ha sido retuiteado 30.000 veces, y casi todos sus seguidores se han compadecido de la triste situación de este chico que tiene dos carreras y un máster pero tiene que limpiar WC's. "Yo creía que merecía algo mejor después de tanto esfuerzo", decía el tuit. Y en otro sitio añadía, con cierto tono de fotonovela: "Pero nadie me ha dado una oportunidad en España".

El empleado negro del 'college' debió de nacer a comienzos de los años 50 del siglo XX. El chico valenciano nació también en el siglo XX, en 1988, pero entre el mundo de uno y otro hay las mismas diferencias, aunque sólo los separen cuarenta años, que hay entre el mundo de los globos aerostáticos de los hermanos Montgolfier y el mundo de los drones no tripulados. Cuando nació el empleado del college, muy poca gente en Europa o en América se creía que la vida era lo que uno quería que fuese, ya que en general la vida era un asunto muy complicado en el que intervenían los demás, la buena o la mala suerte, las decisiones que uno tomaba y las ganas que uno tuviera de abrirse camino. Pero cuando nació el joven del tuit, los beneficios del Estado del Bienestar se habían extendido de tal manera que mucha gente se creía con derecho a disfrutar desde el primer momento de una vida tal como le gustaría que fuese. Ésa era la gran diferencia. El hombre mayor limpiaba los servicios al final de su vida, mientras que el joven tenía aún mucho tiempo por delante, pero uno se quejaba como si le hubiera tocado ser el otro, mientras que el otro, el que tenía motivos para quejarse, todavía sabía soltar una carcajada en las pausas del trabajo. Bravo por él.