La "historia del presente" ha recogido la biografía, la vida, el qué, el dónde, el cuándo, el cómo y hasta el porqué de muchos ourensanos, de nacimiento o adopción, cuya memoria no debería ser olvidada, y lo ha hecho en todo tipo de publicaciones, a las que ya nos hemos referido de forma sucinta en esta serie de artículos. Sin embargo, lo ha realizado recogiendo fundamentalmente la semblanza y el quehacer de ilustres intelectuales, políticos o artistas, mientras otros profesionales y artesanos de distintas ramas no han sido lo suficientemente recordados a pesar de su contribución a nuestra sociedad. Desde el inicio de mi aportación dominical a Faro de Vigo he tratado de reivindicar o recuperar el perfil de alguno de ellos, dado que es bien sabido que el tiempo consume rápidamente los hombres y los recuerdos. Aunque no todos, la mayoría han sido médicos, en razón de mi propio conocimiento y actividad.

Con toda justificación y merecimiento, traigo hoy a estas páginas a un traumatólogo ourensano, José Luis Villar González, cuya trayectoria vital, como hombre y como médico, se caracterizó por un constante afán de superación a la búsqueda de nobles y variadas metas: la felicidad y el bienestar de su familia, el compromiso social con los que lo rodeaban, la pasión por los retos científicos y la búsqueda de la excelencia en su profesión. Huyó de la mediocridad y del desaliento, aplicándose de forma tenaz y honesta a su labor. Tuvo además la iniciativa necesaria para innovar, enseñar y emprender meritorias investigaciones.

José Luis Villar nació en A Arnoia -un municipio de la comarca del Ribeiro en la provincia de Ourense- el 18 de noviembre de 1944. Fue el segundo vástago de tres hermanos en el seno de una familia tradicional del medio rural gallego. Siguió los estudios primarios en la escuela de su pueblo natal. Cuando contaba ocho años de edad, se trasladó con su familia a vivir a Cortegada, que se convirtió en su nuevo hogar, y donde fue testigo del duro trabajo de su padre en el sector del transporte. Pero su vida iría por otros caminos y, un año más tarde, conscientes de la suficiencia y disposición de José Luis, sus padres lo enviaron a Ourense, donde cursó el bachillerato en el Colegio Salesianos. Posteriormente se trasladó a Santiago de Compostela, en cuya Universidad siguió la licenciatura de Medicina y Cirugía, que concluyó en el año 1969. Ser médico había sido desde siempre su vocación y con ello alcanzaba su primer reto. Ahora pretendía lograr un nuevo desafío, formarse como traumatólogo. Con esta intención, y ligado a su marcado espíritu de colaboración y compromiso social, se desplazó a Koforidua (capital de Ghana). Esta ciudad contaba con un prestigioso hospital dedicado especialmente a la Ortopedia y Traumatología, el "San José de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios", con unas 200 camas para traumatología pediátrica. En este centro desplegó un período de trabajo frenético, arduo y fructífero. Adquirió gran experiencia y, precisamente, realizó las primeras observaciones epidemiológicas, fisiopatológicas y terapéuticas sobre el que había de ser el tema de su tesis doctoral, la luxación congénita de cadera. A continuación, con la finalidad de desarrollar y completar su aprendizaje profesional, se fue al Reino Unido, donde trabajó y aprendió en dos centros punteros: el "Winford Orthopedic" de la Universidad de Bristol y el "Princess Margaret Rose Orthopaedic Hospital" de Edimburgo, consiguiendo la especialidad en 1974.

De regreso a Ourense, en 1975, y terminada su etapa formativa oficial, se integró en el Servicio de Ortopedia y Traumatología de la "Residencia Sanitaria Nuestra Señora del Cristal" de Ourense. Más adelante, en 1977, inaugurado el que era el primer Hospital Materno-Infantil de Galicia, el "Infanta Elena", me incorporé personalmente a la Jefatura del Departamento de Pediatría y contemplé la exigencia de desarrollar las subespecialidades pediátricas. Mi pretensión fue apoyada sin reservas por el entonces jefe de Traumatología, el doctor Manuel Conde Corbal -personalidad de espíritu abierto y generoso que compartió conmigo la necesidad de unidades funcionales multidisciplinarias-, por lo que se creó la Unidad de Ortopedia y Traumatología Infantil, responsabilizando de la misma al doctor Villar. En años sucesivos, esta Unidad sería el germen de la organización y desarrollo de cursos de esta subespecialidad, en los que coincidirían los más ilustres maestros: Ferrer Torrelles, Munuera Martínez, Palacios Carvajal, Bastos Mora, Palazón de Barreda, Truchuelo Negrete, Esteve de Miguel..., así como alumnos de toda España. Es justo dejar constancia que todo ello fue posible gracias a la capacidad de convocatoria y dotes organizativas del doctor Conde Corbal. Pero de él y de los citados cursos me propongo hablarles en otro artículo.

En la unidad traumatológica pediátrica, el doctor Villar puso al día los protocolos diagnósticos y terapéuticos. Colaboró y se acopló al trabajo en equipo del Departamento de Pediatría, lo que permitió mejorar de forma notable la labor asistencial y docente de esta subespecialidad. Es en esta etapa, cuando el doctor Villar expresa su interés en realizar su tesis doctoral sobre Displasia congénita de cadera y me pide que se la dirija. Ante esta petición me mostré estricto. Le planteé una serie de exigencias y retos que imponían muchas horas de trabajo, mucho esfuerzo y, ¿por qué no decirlo?, muchos gastos. En el hospital ourensano no existía entonces, claro está, ni personal ni ninguna infraestructura de apoyo para ese fin. La única opción de llevar a cabo aquel proyecto era pagando de su propio bolsillo a los expertos que participaban realizando el tratamiento estadístico o la iconografía, por ejemplo. Lo aceptó sin dudarlo. Se adaptó además a nuestra filosofía y método de investigación, basada en la pluralidad de fuentes y la interpretación multicausal. Salvó todos los obstáculos, que fueron muchos. Valga de ejemplo el traslado y posterior disección de 150 fetos humanos desde una colección anatómica universitaria a nuestra ciudad. Obtuvo conclusiones muy importantes, hoy aceptadas de forma universal, entre otras, el carácter no malformativo de la displasia de cadera y su definición como anomalía progresiva y evolutiva del desarrollo. Así las cosas, en 1987 obtenía el grado de doctor, el mayor que puede obtener un universitario, con sobresaliente "cum laude". El estudio lo había iniciado 16 años antes y era un trabajo constante y meditado, síntesis de estudio y reflexión, sobre la Displasia congénita de cadera. Se trataba de una memoria de tesis "monumental" contenida en cuatro volúmenes, con más de 1500 páginas, más de 600 citas bibliográficas y más 200 figuras y tablas. ¡Solamente él como autor y yo como testigo-director, sabemos del esfuerzo que supuso y las muchas horas gastadas en su elaboración! La Real Academia de Medicina de Valladolid reconocería su trabajo con un premio extraordinario.

Sin embargo, las cosas no quedaron ahí y el afán de progreso del doctor Villar le llevó a un superar un reto todavía más ambicioso y difícil: configurar su propio servicio hospitalario. En 1986 se presentó al concurso-oposición por la plaza de jefe de servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología del Hospital "Santa María Nai" de Ourense, que obtuvo con toda justicia. En su nueva responsabilidad, siguiendo una cuidadosa memoria elaborada para esa finalidad, configuró un equipo cualificado, entre los que estaban varios de sus discípulos, destacados traumatólogos en la actualidad. José Luis siguió desarrollando su vocación en la vertiente doble, la de la investigación y la asistencia. Entre diversas líneas, fue investigador principal -en colaboración con las Universidades de Valencia, Barcelona y la Autónoma de Madrid- de un proyecto sobre artroplastias de cadera y del tratamiento, mediante gránulos de hidroxiapatita, de la falta de consolidación de fracturas de tibia y húmero. En otra línea, y en colaboración con la Universidad de Helsinki, desarrolló una investigación propia sobre el desgaste del polietileno en las prótesis totales de cadera. Asimismo, participó en el diseño de una prótesis modular de rodilla y de una placa metálica para artrodesis de columna lumbo-sacra. Ya en una etapa final, con la absorción y unificación de los hospitales ourensanos, aceptó responsabilizarse de la jefatura única de Ortopedia y Traumatología del Complexo Hospitalario de Ourense.

Todos estos trabajos, caracterizados por el riguroso examen de los datos, el trabajo analítico impecable, la voluntad de estilo y la preocupación por alcanzar la verdad, fueron recogidos en importantes revistas y monografías, y reflejados en la bibliografía nacional e internacional. Pero realmente creo que lo que más le satisfizo, como nos sucede a la mayoría de los médicos, fue el trabajo asistencial. Por él obtuvo el reconocimiento agradecido de cientos de enfermos, en muchos casos padres e hijos, que se beneficiaron de sus tratamientos. Se convirtió en un traumatólogo de referencia en Ourense, tanto en su actividad en la medicina pública como en la actividad privada.

El doctor José Luis Villar, después de un trabajo intenso de más de cuarenta años, está jubilado desde el año 2012, a medio camino entre Santa Eugenia de Ribeira y "su Ourense", disfrutando de sus hijas, de sus nietos y de su mujer, Carmelina Loureiro, el complemento indispensable, personal y profesional, de su propio yo. Estoy seguro de que sin ella detrás no hubiese logrado afrontar tantos retos y, en cualquier caso, sería un hombre y un médico distinto. Cuando le pedí que me recordase algún dato para este artículo, y mientras luchaba con algún que otro contratiempo físico, me escribió con su propio puño y letra: "Sé donde estoy y quiero seguir superándome en conseguir, no algo bueno, sino lo mejor. Y así va a ser".